“La Gran Pirámide de Keops se anticipa en milenios a la evolución de la ciencia”


La Gran Pirámide de Giza en Egipto, la más antigua de las Siete Maravillas del Mundo y la única que aún persiste, ha sido y sigue siendo un monumento que despierta la admiración de egiptólogos, arqueólogos y arquitectos como Miquel Pérez-Sanchez Pla (Barcelona, 1950), que la ha reconstruido en su medida exacta. Pero lejos de cerrar un capítulo de la historia, la reconstrucción del monumento ha generado aún más enigmas, parte de los cuales se resuelven en el libro La Gran Pirámide, clave secreta del pasado.


Miquel Pérez-Sanchez Pla no es un arquitecto al uso. Amante de la poesía –ha escrito cinco libros de este género–, su curiosidad por la Gran Pirámide de Giza nació al escribir sobre los orígenes del hombre. “Me pareció necesario como arquitecto hablar en este libro de la arquitectura de los orígenes”, recuerda Pérez-Sánchez Pla.

Su hábito de dibujarlo todo le llevó a poner en el ordenador las medidas conocidas de uno de los monumentos más importantes de la historia de la Humanidad. Ahí comenzó un viaje que, doce años más tarde y tras interesantes hallazgos sobre la civilización egipcia, culmina en la publicación del libro La Gran Pirámide, clave secreta del pasado.

Pero los secretos revelados por este arquitecto, que entremezcla las matemáticas, la geometría, la astronomía, la geodesia y las lenguas antiguas, no son más que la primera pieza de un gran puzle. Y es, sin duda, su experiencia como poeta la que le ha guiado en toda esta aventura. “Ha sido absolutamente clave para ver el monumento desde el punto de vista de la mitología, la literatura y la historia”, dice Pérez-Sánchez Pla.

La Gran Pirámide es un monumento distinto de las otras pirámides. Aunque en la actualidad la vemos como una gran escalera, no lo era cuando se construyó. Tenía las caras lisas, pero “parece que un terremoto desprendió parte de los bloques y luego los fueron arrancando para utilizarlos como cantera”, informa el investigador.

A pesar de todo, quedó una hilera de piedras cuya inclinación hace tiempo que se había medido. El arquitecto ajustó la medida gracias a los números y a Pitágoras –que estuvo 20 años en Egipto y fue ungido sacerdote–. “Pero con la inclinación perfectamente definida nos dimos cuenta de que los bloques de caliza no llegaban hasta arriba, hasta su altura total definida por William F. Petrie en 280 codos reales (cr=0,5236 metros) y aceptada unánimemente. Por tanto, faltaba algo. Pero, ¿qué?”, se pregunta Pérez-Sánchez Pla.

Para responder a esta cuestión, Miquel reconstruyó el monumento que quedaba truncado en su vértice. “Lo que fue absolutamente sorprendente es que contiene una fórmula matemática todavía indescifrada que garantiza que su reconstrucción sea exacta”.

En su labor de reedificar virtualmente la pirámide, el arquitecto entrelazó números y llegó a realizar un cálculo que resultó ser poético para definir la altura del vértice del monumento. El resultado fue igual a 277,7778 cr, que se obtiene al dividir lo infinitamente grande según los egipcios –el millón–, dividido por lo infinitamente pequeño –3.600, que es la división de la hora y del grado en segundos–. Pero esa altura no permitía llegar a los 280 cr ya determinados. Y sólo una esfera representando al Sol podría completar este vacío.

“La reconstrucción de la Gran Pirámide se realizó con una precisión de veintésimas de milímetro, es decir, de un milímetro dividido en 20 partes. Se trata de un nivel de precisión 100 veces superior al normal en arquitectura que solo se podría conseguir por ordenador. Una vez realizada nos encontramos con que la superficie de la Gran Pirámide era de 314.159,2 cr2, lo que nos ofrecía una aproximación con seis decimales al número Pi, y esto representaba avanzarse 3.000 años en la evolución de la ciencia”, afirma Pérez-Sánchez Pla.

Estas conclusiones llevaron al investigador a realizar su tesis doctoral en la Universidad Politécnica de Cataluña. “Quise analizarla de arriba abajo”, certifica el autor atraído por dos de sus peculiaridades: un zócalo que mide un codo real (0,5236 metros) –la distancia que va desde el codo hasta la punta de los dedos– y el centro de las caras (apotemas) ligeramente hundido hacia el interior, “por lo que la medida de la pirámide en el extremo del cuadrado de la base es mayor que la que tiene en el centro”, explica el experto.

La primera sorpresa fue que el zócalo ya daba la unidad de medida de la pirámide. “¿Te imaginas que en el Partenón los arquitectos hubieran dejado en piedra la unidad de medida que emplearon para construirlo? Yo no lo he visto nunca, salvo en el caso de la Pirámide de Keops”, se asombra todavía el arquitecto, reconvertido en científico.

No obstante, esto no fue más que el principio. Al medir la Cámara del Rey, Pérez-Sánchez Pla se percató que contenía dimensiones exactas en metros: su altura respecto al zócalo era de 43,00 m, la diagonal de su muro mayor de 12,00 m y su volumen de 321 m3. “Aún no nos explicamos cómo, pero son demasiadas casualidades”.

A partir de la geometría de la Gran Pirámide confirmó la presencia del número Pi (3,1416), del codo real (0,5236) y del número Phi o número de oro o divina proporción (1,6180). Además, el perímetro, la superficie y el volumen de la Gran Pirámide calculados por ordenador demostraban que la reconstrucción era totalmente exacta a través de la ley del número 888, una cifra clave en el libro que solo su lectura puede revelar.

“Hay un montón de elementos relacionados con el número 888”, y esta cantidad podría simbolizar la presencia de un dios único primigenio, que está documentado en el IV milenio antes de Cristo y que es anterior al politeísmo conocido de los egipcios. Esta cifra ‘secreta’ que está asociada a toda la geometría del monumento, y que se repite de forma sistemática a lo largo de su investigación, no es la única: también aparecen frecuentemente los números 432 y 892.

En busca de más respuestas, Pérez-Sánchez Pla no encontró más que preguntas para resolver este gran rompecabezas. Por ello recurrió a la lectura de la mitología, centrándose en el mito de Osiris (dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad y la regeneración del Nilo). “Hemos llegado a la conclusión de que era la personificación de una civilización madre que transmitió la sabiduría al Antiguo Egipto”, explica el científico.

De nuevo, son los datos comprobados a través de las matemáticas y la astronomía los que permitieron establecer la fecha del día de la muerte de Osiris. Comparándola con el momento de la inauguración de la Gran Pirámide, que se había determinado por los canales estelares, el arquitecto llegó a la conclusión de que había 1.000 años de diferencia entre un día y otro.

Por lo tanto, “la Gran Pirámide es el monumento conmemorativo del Milenario del día de la muerte de Osiris”, zanja el autor quien añade que la construcción de la Gran Pirámide –que duró 17 años y 9 días– se culminó el 3 de octubre del 2530 antes de Cristo, hace 4.545 años. Las fechas del inicio y del final de las obras se han podido establecer a partir de la alineación de dos canales estelares de la Gran Pirámide con el planeta Marte.

Pero los cálculos también han permitido desvelar el significado del nombre del monumento: el Horizonte de Keops. Si la esfera del vértice se transforma en un ojo es “exactamente lo que ellos están viendo desde arriba”, el horizonte. Esta imagen da aún más pistas sobre un segundo horizonte, cuyo perímetro de visión se establece desde la altura donde está la hipotética y aún oculta Cámara Sepulcral. “Resulta que este segundo horizonte es la medida del primero multiplicado por 0,888. A partir de ahí, y con otras pruebas, deducimos dónde se hallaría esta cámara que podría contener el cadáver momificado del faraón”.

Sin embargo, lo que más sorprendió a este arquitecto catalán fue la precisión de los resultados de los cálculos del volumen, el perímetro y la superficie de la pirámide. Este es el gran enigma. “No tengo ni idea de cómo lo hicieron, no solo cómo la construyeron sino cómo la proyectaron, porque la Gran Pirámide se convierte en un elemento que concentra una gran cantidad de información. Es una enciclopedia de piedra”, afirma el investigador ante la inevitable pregunta: ¿Cómo pudieron construir con tal grado de precisión? “Cuánto más sé, menos sé. La incógnita de cómo lo hicieron sigue abierta”.

Angustiado ante la ausencia de esta gran respuesta, Pérez-Sánchez Pla se refugió en su director de tesis. “Tú bastante has hecho descubriéndolo; ahora que sean los demás quienes expliquen el cómo”, le dijo.

El libro responde de algún modo a esta importante cuestión. “Esta sabiduría es imposible que naciese a lo largo de los seis siglos de historia que llevaba esta civilización que surgió en el 3100 antes de Cristo. La pirámide se inauguró en el 2530 antes de Cristo, seis siglos de diferencia en la que se demuestran sin duda grandes conocimientos astronómicos, geodésicos, geométricos y matemáticos”.

La conclusión a la que llega Miquel es que los egipcios fueron herederos de una sabiduría anterior porque “sino no tiene explicación”. El investigador se remite a toda una serie de datos mitológicos que hacen pensar en una civilización científica previa.

A esto se suma el conocimiento geodésico que los egipcios tenían de la Tierra que es “imposible que sea casual”. En la Gran Pirámide de Keops hay datos proporcionales que nos dan el perímetro medio de la Tierra, la longitud del meridiano, y el radio polar con una gran precisión. Pero si realmente fueron herederos de una sabiduría anterior, ¿en qué otros monumentos se reflejaría este conocimiento?

Miquel Pérez-Sánchez no tuvo que buscar muy lejos. Miró hacia la Esfinge de Giza, que según la egiptología es contemporánea de la Pirámide de Kefrén. “El desgaste de la piedra es extraordinario en el cuerpo pero mucho menor en la cabeza. Al estar en una fosa, las arenas del desierto la recubrieron y lo que quedó fuera fue la cabeza, por lo que se tendría que haber desgastado más que el cuerpo que quedó protegido. Pero ocurre justo al revés”.

A través de su investigación, Pérez-Sánchez Pla la ha podido fechar con exactitud confirmando la datación aproximada realizada por Robert Schoch, geólogo y profesor de la Universidad de Boston (EE UU), que llegó a la conclusión de que la Esfinge –que originariamente tendría cabeza de león– era de entre el 5.000 y el 7.000 antes de Cristo. Pero no solo eso, Miquel ha averiguado también porqué construyeron este monumento. “Esto no aparece en este libro”. Habrá que esperar al siguiente para descubrirlo.

Mientras, el arquitecto seguirá intentando desvelar los misterios de esta civilización porque, como decía el historiador griego Plutarco, “no hay nada más grande para el hombre que la obtención de la verdad”.

A lo largo del mes de abril, Miquel Pérez-Sánchez Pla presentó su libro en la sede del CSIC en Barcelona, en el Ateneo de Madrid y en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM). Durante el mes de mayo, está prevista otra presentación en la Casa de la Ciencia del CSIC en Sevilla. (Fuente: SINC)

Fuente NCYT


 
Artículo Anterior Artículo Siguiente