Una tormenta solar que bloqueó las comunicaciones de radio y radar en un momento álgido de la Guerra Fría podría haber propiciado un conflicto militar desastroso si no hubiera sido por los esfuerzos de la Fuerza Aérea estadounidense por monitorizar la actividad del Sol. Esta situación se ha analizado en un estudio presentado públicamente ahora y que además de las conclusiones del análisis ofrece las citadas revelaciones del incidente que hasta no mucho tiempo atrás era un secreto militar.
El 23 de mayo de 1967, la Fuerza Aérea preparó aviones para operaciones de guerra nuclear, pensando que los radares de vigilancia de la nación en las regiones polares estaban siendo bloqueados por la Unión Soviética, como paso previo a un ataque nuclear inminente a gran escala. Justo a tiempo, los meteorólogos espaciales militares transmitieron al alto mando información sobre el potencial de la tormenta solar de alterar las comunicaciones de radio y radar. Los aviones permanecieron en tierra y Estados Unidos evitó iniciar un intercambio de amenazas con la Unión Soviética que habría podido desencadenar la tan temida guerra nuclear entre ambas superpotencias.
Los oficiales retirados de la Fuerza Aérea estadounidense implicados en predecir y analizar la tormenta describen colectivamente el suceso por primera vez de forma pública en un informe técnico de lo acaecido, presentado a través de la revista académica Space Weather, de la AGU (American Geophysical Union, o Unión Geofísica Americana), que cuenta con más de 60.000 miembros en 139 países.
El potencial impacto de la tormenta sobre la humanidad, en forma de riesgo de guerra nuclear, era básicamente desconocido hasta que estas personas decidieron hacer pública la historia. La física espacial Delores Knipp, de la Universidad de Colorado en Boulder, Estados Unidos, ha trabajado con ellos para reconstruir la cadena de sucesos que llevaron al mundo al borde de una guerra nuclear accidental.
Este escalofriante episodio de la Guerra Fría es un ejemplo excelente de lo importante que es tener un buen conocimiento de la "meteorología espacial". Si no hubiera sido por el hecho de que en Estados Unidos se comenzó a trabajar muy pronto en hacer observaciones y predicciones de tormentas solares y geomagnéticas, las repercusiones de aquella tormenta solar sobre la humanidad habrían sido probablemente mucho más peligrosas, incluso quizá catastróficas, tal como subraya Knipp.
Una vista del Sol el 23 de mayo de 1967, a través de una estrecha longitud de onda de luz visible llamada Línea Alfa del Hidrógeno (H-alfa). La región brillante en la zona central superior muestra el área donde sucedió la gran erupción. (Foto: archivo histórico del Observatorio Solar Nacional estadounidense)
Los militares estadounidense empezaron a monitorizar la actividad solar y la meteorología espacial (alteraciones en el campo magnético y la atmósfera superior de la Tierra) a finales de la década de 1950. En los años 60, una nueva rama del Servicio Meteorológico Aéreo de la Fuerza Aérea (AWS) vigilaba rutinariamente el Sol en busca de erupciones solares (breves llamaradas intensas de radiación procedentes de la atmósfera solar). Las erupciones solares provocan a menudo perturbaciones electromagnéticas en la Tierra, conocidas como tormentas geomagnéticas, que pueden alterar las comunicaciones de radio e incluso y las líneas de suministro de electricidad.
El AWS utilizaba una red de observadores en varias ubicaciones en Estados Unidos y en el exterior, que proporcionaban información regular a los meteorólogos solares en el NORAD (North American Aerospace Defense Command), una organización estadounidense y canadiense que defiende y controla el espacio aéreo sobre esa parte de Norteamérica. Hacia 1967, varios observatorios estaban enviando información diaria directamente a los meteorólogos solares del NORAD.
El 18 de mayo de 1967, apareció un grupo inusualmente grande de manchas solares con campos magnéticos intensos en una región del Sol. Hacia el 23 de mayo, los observadores y meteorólogos vieron que el Sol estaba más activo de lo normal y que probablemente produciría una gran erupción solar. Observatorios en Nuevo México y Colorado vieron una gran erupción visible a ojo desnudo mientras que un radioobservatorio solar en Massachusetts informó que el Sol estaba emitiendo niveles de radioondas sin precedentes.
Se pronosticó que ocurriría una notable tormenta geomagnética mundial en el plazo de 36 a 48 horas, como muestra un boletín del SFC (Solar Forecast Center) del NORAD en Colorado Springs, Colorado, el 23 de mayo.
Durante los fenómenos acaecidos el 23 de mayo como consecuencia de la erupción solar, sufrieron perturbaciones severas los radares de las tres ubicaciones BMEWS (Ballistic Missile Early Warning System, o sistemas de alerta inmediata de misiles balísticos) en zonas extremas del hemisferio norte. Estos radares, diseñados para detectar la llegada de misiles soviéticos, parecieron haber sido interferidos. Cualquier ataque sobre esas estaciones, incluyendo el bloqueo de sus capacidades de radar, era considerado un acto de guerra.
Durante la mayor parte de los años 60, la Fuerza Aérea tenía en alerta aviones provistos de armamento nuclear. Pero ante los acontecimientos del 23 de mayo con los radares BMEWS, los militares al mando temieron que estuvieran siendo interferidos por los rusos, y desconociendo que estaba en marcha la tormenta solar, colocaron fuerzas adicionales en estado de “listas para partir”.
La información del SFC llegó a los militares al mando a tiempo para detener la acción militar, que potencialmente incluía el despliegue de armas nucleares. Knipp, citando documentos públicos, señala que la información sobre la tormenta solar fue probablemente transmitida a los niveles más altos del gobierno, posiblemente incluso al presidente Johnson.
Fuente NCYT