Nuestra galaxia engulló una galaxia enana hace unos 10.000 millones de años y tiene más víctimas en mente.
Hace 10.000 millones de años, nuestra galaxia chocó con un cúmulo de estrellas más pequeño: una galaxia enana cuyos restos han sido identificados recientemente entre las masas resplandecientes que plagan la Vía Láctea. Con un buen telescopio, las raras estrellas de esa galaxia enana todavía son visibles en nuestro cielo nocturno; han fijado su residencia en el vecindario solar y en el halo que envuelve los brazos en espiral de la Vía Láctea.
El peculiar movimiento de dichas estrellas llevó a los investigadores hasta la antigua colisión que las consumió en un principio.
OBSERVA LA VÍA LÁCTEA EN EL CIELO DE MICHIGAN
Bajo la ola creciente de la Vía Láctea y la lluvia de meteoros de las Líridas, las Upper Falls del río Tahquamenon fluyen con tonos de color castaño rojizo en remolinos bordeados de hielo. Más allá del pequeño estanque de las cataratas, la superficie del río sigue congelada, pese a estar en primavera. El fotógrafo Dustin Dilworth empleó software para encontrar la fecha y la hora de la trayectoria de las estrellas a través de la imagen. Con tres cámaras, Dilworth sacó unas 6.000 fotos en la madrugada del 19 de abril, como parte de la Semana Internacional del Cielo Oscuro, que conciencia sobre la contaminación lumínica.
«Las estrellas se mueven en [dirección] contraria a la mayoría de las de la Vía Láctea», explica la astrónoma Amina Helmi, de la Universidad de Groninga en los Países Bajos, que informa de las observaciones en la revista Nature.
Que las galaxias colisionen no es ninguna sorpresa. Con telescopios espaciales podemos observar enormes conglomerados estelares en plena fusión. Los destrozos parecen violentos desde la Tierra, pero el espacio es vasto y las estrellas están muy separadas, de forma que los cuerpos celestes individuales rara vez se aniquilan entre sí. En lugar de eso, las galaxias se acumulan capturando y consumiendo galaxias más pequeñas.
Mientras la ciencia escruta estos fenómenos, existen dos incógnitas importantes: la primera, la frecuencia con que se producen estas colisiones; y la segunda, si se construyen las galaxias existentes a partir de unas cuantas grandes colisiones o a partir de una serie de colisiones pequeñas.
«Nos gustaría reconstruir la historia de la Vía Láctea, su árbol genealógico por así decirlo», afirma Helmi, cuyo trabajo se encuentra dentro de un campo conocido como arqueología galáctica.
Estrellas extrañas
Los astrónomos saben que la Vía Láctea ya ha devorado varias galaxias. Casi dos docenas de franjas de estrellas que fluyen alrededor del disco de la galaxia revelan su apetito voraz, al igual que otras estrellas de composición inusual y comportamiento extraño. Otra prueba es un enigmático cúmulo de estrellas llamado Omega Centauri, que ahora resplandece en la constelación meridional de Centauro y se considera el núcleo de una galaxia prácticamente digerida.
Pero recientemente, la sonda Gaia de la Agencia Espacial Europea, que analiza con gran detalle las posiciones y el movimiento de más de mil millones de estrellas cercanas, obtuvo una nueva prueba en el firmamento. Cuando Helmi y su equipo analizaron el catálogo más reciente de Gaia, publicado a principios de año, observaron una población de estrellas que retroceden en relación con casi todo lo demás que circula alrededor del núcleo de la Vía Láctea. Si dichas estrellas hubieran nacido en esta galaxia, estarían circulando alrededor del núcleo en la misma dirección que todo lo demás.
Después, Helmi y sus colegas distinguieron algo más.
«Cuando observamos su composición química, vimos que las estrellas definían una secuencia distinta en el “espacio químico”», afirma Helmi. «Dicha secuencia solo puede descubrirse en el caso de que las estrellas se hubieran formado en otra parte, en una galaxia más pequeña».
Dichas estrellas químicamente diferentes están distribuidas por el halo de la Vía Láctea, o la región que rodea el denso disco estelar que atraviesa el cielo oscuro.
Las observaciones del equipo coincidían con las simulaciones de una colisión con una galaxia más pequeña y, basándose en las edades de dichas estrellas de composición inusual que viajaban en dirección equivocada, el equipo calculó que la colisión habría ocurrido hace unos 10.000 millones de años y que la galaxia enana habría sido comparable en tamaño a la Gran Nube de Magallanes, una galaxia satélite actual.
Helmi y sus colegas pusieron a la galaxia enana el nombre de Gaia-Enceladus, por Gaia, la diosa primigenia griega, y Encélado, el hijo que tuvo con Urano, el dios del cielo.
Un apetito galáctico creciente
«Este estudio sugiere que en el halo estelar predomina la canibalización de al menos una galaxia enana bastante grande», afirma la astrofísica Gurtina Besla, de la Universidad de Arizona. «Parece que el ensamblaje del halo estelar está controlado por unos cuantos fenómenos de destrucción más o menos grandes».
Dichos fenómenos no son tan inconcebiblemente prehistóricos como parecen. Nuestro cielo nocturno todavía se caracteriza por las colisiones galácticas y seguirá siendo un lienzo cambiante durante miles de millones de años. Un ejemplo de ello son las Nubes de Magallanes (grande y pequeña), dos galaxias enanas que ahora son satélites de la Vía Láctea. Besla explica que estas pequeñas galaxias, que se encuentran discretamente en el cielo meridional, colisionaron hace poco, un golpe directo revelado por un pequeño río de estrellas que se desplaza hacia la Gran Nube de Magallanes.
Las simulaciones sugieren que, dentro de otros 2.000 millones de años, aproximadamente, la Vía Láctea se tragará la Gran Nube de Magallanes, borrándola para siempre del cielo meridional. Su compañera sufrirá el mismo destino.
«La estructura del disco y el halo estelar de la Vía Láctea van a cambiar de nuevo», afirma Besla.
Si eso te parece extremo, no olvides que, dentro de unos 5.000 millones de años, la Vía Láctea colisionará con nuestra vecina más cercana, la gigantesca galaxia de Andrómeda. Estas galaxias, que se acercan la una a la otra a más de 400.000 kilómetros por hora, se fusionarán y cambiarán para siempre nuestro cielo nocturno, si es que para entonces todavía existen seres conscientes en esta roca que es nuestro hogar.
Hace 10.000 millones de años, nuestra galaxia chocó con un cúmulo de estrellas más pequeño: una galaxia enana cuyos restos han sido identificados recientemente entre las masas resplandecientes que plagan la Vía Láctea. Con un buen telescopio, las raras estrellas de esa galaxia enana todavía son visibles en nuestro cielo nocturno; han fijado su residencia en el vecindario solar y en el halo que envuelve los brazos en espiral de la Vía Láctea.
El peculiar movimiento de dichas estrellas llevó a los investigadores hasta la antigua colisión que las consumió en un principio.
OBSERVA LA VÍA LÁCTEA EN EL CIELO DE MICHIGAN
Bajo la ola creciente de la Vía Láctea y la lluvia de meteoros de las Líridas, las Upper Falls del río Tahquamenon fluyen con tonos de color castaño rojizo en remolinos bordeados de hielo. Más allá del pequeño estanque de las cataratas, la superficie del río sigue congelada, pese a estar en primavera. El fotógrafo Dustin Dilworth empleó software para encontrar la fecha y la hora de la trayectoria de las estrellas a través de la imagen. Con tres cámaras, Dilworth sacó unas 6.000 fotos en la madrugada del 19 de abril, como parte de la Semana Internacional del Cielo Oscuro, que conciencia sobre la contaminación lumínica.
«Las estrellas se mueven en [dirección] contraria a la mayoría de las de la Vía Láctea», explica la astrónoma Amina Helmi, de la Universidad de Groninga en los Países Bajos, que informa de las observaciones en la revista Nature.
Que las galaxias colisionen no es ninguna sorpresa. Con telescopios espaciales podemos observar enormes conglomerados estelares en plena fusión. Los destrozos parecen violentos desde la Tierra, pero el espacio es vasto y las estrellas están muy separadas, de forma que los cuerpos celestes individuales rara vez se aniquilan entre sí. En lugar de eso, las galaxias se acumulan capturando y consumiendo galaxias más pequeñas.
Mientras la ciencia escruta estos fenómenos, existen dos incógnitas importantes: la primera, la frecuencia con que se producen estas colisiones; y la segunda, si se construyen las galaxias existentes a partir de unas cuantas grandes colisiones o a partir de una serie de colisiones pequeñas.
«Nos gustaría reconstruir la historia de la Vía Láctea, su árbol genealógico por así decirlo», afirma Helmi, cuyo trabajo se encuentra dentro de un campo conocido como arqueología galáctica.
Estrellas extrañas
Los astrónomos saben que la Vía Láctea ya ha devorado varias galaxias. Casi dos docenas de franjas de estrellas que fluyen alrededor del disco de la galaxia revelan su apetito voraz, al igual que otras estrellas de composición inusual y comportamiento extraño. Otra prueba es un enigmático cúmulo de estrellas llamado Omega Centauri, que ahora resplandece en la constelación meridional de Centauro y se considera el núcleo de una galaxia prácticamente digerida.
Pero recientemente, la sonda Gaia de la Agencia Espacial Europea, que analiza con gran detalle las posiciones y el movimiento de más de mil millones de estrellas cercanas, obtuvo una nueva prueba en el firmamento. Cuando Helmi y su equipo analizaron el catálogo más reciente de Gaia, publicado a principios de año, observaron una población de estrellas que retroceden en relación con casi todo lo demás que circula alrededor del núcleo de la Vía Láctea. Si dichas estrellas hubieran nacido en esta galaxia, estarían circulando alrededor del núcleo en la misma dirección que todo lo demás.
Después, Helmi y sus colegas distinguieron algo más.
«Cuando observamos su composición química, vimos que las estrellas definían una secuencia distinta en el “espacio químico”», afirma Helmi. «Dicha secuencia solo puede descubrirse en el caso de que las estrellas se hubieran formado en otra parte, en una galaxia más pequeña».
Dichas estrellas químicamente diferentes están distribuidas por el halo de la Vía Láctea, o la región que rodea el denso disco estelar que atraviesa el cielo oscuro.
Las observaciones del equipo coincidían con las simulaciones de una colisión con una galaxia más pequeña y, basándose en las edades de dichas estrellas de composición inusual que viajaban en dirección equivocada, el equipo calculó que la colisión habría ocurrido hace unos 10.000 millones de años y que la galaxia enana habría sido comparable en tamaño a la Gran Nube de Magallanes, una galaxia satélite actual.
Helmi y sus colegas pusieron a la galaxia enana el nombre de Gaia-Enceladus, por Gaia, la diosa primigenia griega, y Encélado, el hijo que tuvo con Urano, el dios del cielo.
Un apetito galáctico creciente
«Este estudio sugiere que en el halo estelar predomina la canibalización de al menos una galaxia enana bastante grande», afirma la astrofísica Gurtina Besla, de la Universidad de Arizona. «Parece que el ensamblaje del halo estelar está controlado por unos cuantos fenómenos de destrucción más o menos grandes».
Dichos fenómenos no son tan inconcebiblemente prehistóricos como parecen. Nuestro cielo nocturno todavía se caracteriza por las colisiones galácticas y seguirá siendo un lienzo cambiante durante miles de millones de años. Un ejemplo de ello son las Nubes de Magallanes (grande y pequeña), dos galaxias enanas que ahora son satélites de la Vía Láctea. Besla explica que estas pequeñas galaxias, que se encuentran discretamente en el cielo meridional, colisionaron hace poco, un golpe directo revelado por un pequeño río de estrellas que se desplaza hacia la Gran Nube de Magallanes.
Las simulaciones sugieren que, dentro de otros 2.000 millones de años, aproximadamente, la Vía Láctea se tragará la Gran Nube de Magallanes, borrándola para siempre del cielo meridional. Su compañera sufrirá el mismo destino.
«La estructura del disco y el halo estelar de la Vía Láctea van a cambiar de nuevo», afirma Besla.
Si eso te parece extremo, no olvides que, dentro de unos 5.000 millones de años, la Vía Láctea colisionará con nuestra vecina más cercana, la gigantesca galaxia de Andrómeda. Estas galaxias, que se acercan la una a la otra a más de 400.000 kilómetros por hora, se fusionarán y cambiarán para siempre nuestro cielo nocturno, si es que para entonces todavía existen seres conscientes en esta roca que es nuestro hogar.
Fuente NATIONAL GEOGRAPHIC