Este viernes, a doscientos metros del emblemático Palacio de Versalles, en un salón listo para grandes acontecimientos, se produjo una revolución. Esta vez, a diferencia de la anterior, en 1789, lo demolido fueron unidades de medidas. En la 26ª reunión de la Conferencia General de Pesos y Medidas se aprobó una nueva definición para el kilogramo, el mol, el amperio y el kelvin. Los especialistas de los sesenta Estados miembros y otros referentes de naciones asociadas se reunieron para discutir y decidir. Entre ellos, se destaca el argentino Héctor Laiz, gerente de Metrología, Calidad y Ambiente del INTI y presidente del Sistema Interamericano de Metrología.
¿Qué implica esta revolución? El del kilogramo tal vez constituya el caso más emblemático Durante 130 años, el Prototipo Internacional del Kilo (IPK), popularmente conocido como “gran K”, sirvió de referencia internacional. Es de un cilindro de platino e iridio, conservado en el Buró Internacional de Pesos y Medidas (BIMP) –en Sèvres, París– que operó como medida de masa en el mundo. Las tareas que cumplía este artefacto se consideraban tan fundamentales que hasta ayer era custodiado en el interior de una bóveda subterránea con tres llaves: una la guardaba el director del BIPM, otra el presidente del Comité Internacional y la restante el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. Ahora cederá su trono en favor de la “pequeña h”, una constante descubierta por el físico alemán Max Planck (Premio Nobel en 1918). ¿Este cambio implica que cuando un vecino compre carne en la carnicería la pida incluyendo la “h”? De ninguna manera, la unidad (kilogramo) seguirá siendo la misma, sólo que ya no será definida por un dispositivo localizado al otro lado del Atlántico.
“Lo que ocurrió es muy importante porque de las siete unidades de base que tenemos, se modificó la definición en cuatro casos. Nociones que habían quedado antiguas y que estaban basadas en objetos (como el kilogramo), o bien, en propiedades de los materiales (como el kelvin en relación con el agua)”, señala Laiz. Y completa: “A partir de ahora todas se regirán según constantes de la naturaleza y, además, la modificación nos habilita a dejar de depender de referencias exclusivas”.
El especialista se refiere a un hecho práctico: desde hace más de cien años, una vez por lustro, los institutos nacionales encargados de investigar en metrología –en Argentina, el INTI– debían enviar a calibrar el patrón nacional del kilogramo respecto del “gran K”. Si la unidad de masa, por caso, pasa estar definida a partir de una constante física, en cualquier momento y lugar se podrá “realizar” –equivalente técnico a “constituir”— un kilogramo. Así lo explica Alejandra Tonina, jefa de Metrología Cuántica de INTI: “De la misma manera que en décadas pasadas el metro se definió a partir de la velocidad de la luz, se hizo algo similar con el kilogramo y el resto de las unidades. El reemplazo es positivo, justamente, porque la referencia es una constante y ya no dependerá de la precisión de un artefacto”.
El kelvin (temperatura), que se definía a partir del punto triple del agua a partir de ahora se basará en la constante de Boltzmann, que relaciona la temperatura con la energía. Algo similar ocurrirá con el amperio (corriente eléctrica) y el mol (sustancia). “El amperio podrá realizarse a partir de la constante electrón y la cantidad que pasan en una unidad de tiempo; mientras que el mol se definirá a partir de la asignación de un valor fijo a la constante de Avogadro”, explica Laiz.
Más allá de los tecnicismos, es importante comprender que si bien el cambio no va a modificar la vida cotidiana, genera una verdadera revolución en el mundo científico, que cada vez con mayor frecuencia necesita mediciones precisas. “La precisión que usamos los científicos, sobre todo los especialistas en metrología, es medular. Si las definiciones se basan en constantes naturales, ya no necesitaremos comprobar esto con una referencia única y externa”, apunta Tonina. “A los niveles de exactitud con que nos manejamos, las mediciones en base al prototipo internacional comenzaban a producir dudas, así que esta modificación es esperada desde hace mucho tiempo”, adhiere Laiz.
¿Qué implica esta revolución? El del kilogramo tal vez constituya el caso más emblemático Durante 130 años, el Prototipo Internacional del Kilo (IPK), popularmente conocido como “gran K”, sirvió de referencia internacional. Es de un cilindro de platino e iridio, conservado en el Buró Internacional de Pesos y Medidas (BIMP) –en Sèvres, París– que operó como medida de masa en el mundo. Las tareas que cumplía este artefacto se consideraban tan fundamentales que hasta ayer era custodiado en el interior de una bóveda subterránea con tres llaves: una la guardaba el director del BIPM, otra el presidente del Comité Internacional y la restante el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. Ahora cederá su trono en favor de la “pequeña h”, una constante descubierta por el físico alemán Max Planck (Premio Nobel en 1918). ¿Este cambio implica que cuando un vecino compre carne en la carnicería la pida incluyendo la “h”? De ninguna manera, la unidad (kilogramo) seguirá siendo la misma, sólo que ya no será definida por un dispositivo localizado al otro lado del Atlántico.
“Lo que ocurrió es muy importante porque de las siete unidades de base que tenemos, se modificó la definición en cuatro casos. Nociones que habían quedado antiguas y que estaban basadas en objetos (como el kilogramo), o bien, en propiedades de los materiales (como el kelvin en relación con el agua)”, señala Laiz. Y completa: “A partir de ahora todas se regirán según constantes de la naturaleza y, además, la modificación nos habilita a dejar de depender de referencias exclusivas”.
El especialista se refiere a un hecho práctico: desde hace más de cien años, una vez por lustro, los institutos nacionales encargados de investigar en metrología –en Argentina, el INTI– debían enviar a calibrar el patrón nacional del kilogramo respecto del “gran K”. Si la unidad de masa, por caso, pasa estar definida a partir de una constante física, en cualquier momento y lugar se podrá “realizar” –equivalente técnico a “constituir”— un kilogramo. Así lo explica Alejandra Tonina, jefa de Metrología Cuántica de INTI: “De la misma manera que en décadas pasadas el metro se definió a partir de la velocidad de la luz, se hizo algo similar con el kilogramo y el resto de las unidades. El reemplazo es positivo, justamente, porque la referencia es una constante y ya no dependerá de la precisión de un artefacto”.
El kelvin (temperatura), que se definía a partir del punto triple del agua a partir de ahora se basará en la constante de Boltzmann, que relaciona la temperatura con la energía. Algo similar ocurrirá con el amperio (corriente eléctrica) y el mol (sustancia). “El amperio podrá realizarse a partir de la constante electrón y la cantidad que pasan en una unidad de tiempo; mientras que el mol se definirá a partir de la asignación de un valor fijo a la constante de Avogadro”, explica Laiz.
Más allá de los tecnicismos, es importante comprender que si bien el cambio no va a modificar la vida cotidiana, genera una verdadera revolución en el mundo científico, que cada vez con mayor frecuencia necesita mediciones precisas. “La precisión que usamos los científicos, sobre todo los especialistas en metrología, es medular. Si las definiciones se basan en constantes naturales, ya no necesitaremos comprobar esto con una referencia única y externa”, apunta Tonina. “A los niveles de exactitud con que nos manejamos, las mediciones en base al prototipo internacional comenzaban a producir dudas, así que esta modificación es esperada desde hace mucho tiempo”, adhiere Laiz.
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