¿Por qué algunos niños son tan desobedientes?, ¿cómo es posible que los hermanos sean tan distintos, si el ambiente es el mismo?, ¿nacen así? La verdad es que cada niño es único e irrepetible y nace con una forma de ser, la suya.
Desde pequeños, los distinguimos con facilidad. Algunos se muestran sonrientes, tranquilos, relajados, simpáticos, afectivos... y otros inquietos, díscolos, retadores, continuamente poniendo a prueba a sus padres.
“Buenos días”, “permiso”, “gracias”, “por favor”, “perdón”… al parecer, muchos niños y adolescentes jamás aprendieron estas palabras, porque rara vez los escuchamos decirlas.
Estas expresiones pueden aplicarse a la falta de respecto o a la mala educación, que son dos cosas separadas por una línea muy delgada.
La falta de respeto es algo inapropiado en cualquier circunstancia y una educación benévola no tiene porqué ser al mismo tiempo permisiva.
Como padres, debemos asumir la responsabilidad de enseñar a nuestros niños y adolescentes las actitudes y los gestos para expresar sus emociones y sus desacuerdos sin faltar el respeto a otras personas. Sea quien sea.
Sin embargo, es realmente ingenuo esperar enseñar algo a un niño enojado. Cuando los niños o los adolescentes están dominados por la ira, el estrés o la frustración, la parte racional de su cerebro se desconecta y por lo tanto, es inútil explicarles cualquier cosa.
Esto es algo que los padres debemos tener muy en cuenta, porque no podremos transmitir ningún tipo de enseñanza hasta que ellos no se hayan conectado emocionalmente con nosotros.
En estos casos, tampoco sirven las amenazas, porque en un momento de enojo los niños sólo recordarán la amenaza y no la enseñanza. Obviamente, ni hablar de los castigos físicos.
Éstos no sólo no enseñan nada sino que al mismo tiempo generan resentimiento y creo que estamos todos de acuerdo en que ningún padre desea que sus hijos tengan sentimientos negativos hacia ellos.
La psicóloga Sonia Cervantes, especialista en niños y adolescentes cuenta que recibe consultas de padres que plantean este problema.
Y entonces ella, comparte con ellos la siguiente frase: “los adolescentes hoy en día han perdido todo respeto por la autoridad, no aceptan acatar las normas, no tienen valores y lo único que les interesa es divertirse.”
Y cuando les pregunta a los padres si están de acuerdo con esta frase, y ellos obviamente responden que sí, les hace saber que es una frase escrita por Sócrates, el famoso filósofo griego que vivió hace 2400 años.
¿Ya los adolescentes generaban problemas a sus padres hace 2400 años? Claro que sí. Porque precisamente la adolescencia, que proviene de “adolecer”, es decir, sufrir, penar, padecer, necesitar…
Tiene que ver con este período por el que todos pasamos que puede parecer muy atractivo, pero que también puede tener sus momentos dramáticos.
El adolescente en general nunca estará de acuerdo con la autoridad, con que se le pongan reglas o con que se le obligue a ser algo. El adolescente, busca trasgredir, correr los límites y actuar por sí mismo.
El adolescente es rebelde porque es una persona que se está formando y esto es algo que le provoca angustias, indecisiones y cuestionamientos que muchas veces no sabe cómo manejar.
Ese es el momento en que más necesita de sus padres no para que le obligue, sino para que lo guíe. No para que lo someta, sino para que lo oriente. No para que le imponga, sino para que le explique.
Ojo por ojo, diente por diente.
Tal vez le pediste tu niño que deje la televisión y se ponga hacer las tareas. Tal vez le pediste a tu hijo adolescente que deje los juegos electrónicos y se ponga estudiar… Y entonces ellos te pusieron mala cara o peor aún, contestaron con un improperio y a los gritos.
Enseñar respeto a los niños no puede consistir en faltarles el respeto a ellos. Las amenazas, los castigos, la violencia, la humillación, el chantaje… No son demostraciones de autoridad, sino de autoritarismo. Y con esto no vas a ganar nada.
Cuando nos enfrentamos ante la falta de respeto por parte de nuestros hijos, lo que pasa por nuestras cabezas no es muy distinto de lo que pasa por las suyas.
De la misma manera que ellos se niegan a algo que les pedimos, nosotros también nos dejamos invadir por la ira, nos desconectamos del análisis racional y nos resulta muy difícil reaccionar con calma y discernimiento.
Y entonces llega al momento de preguntarnos, ¿qué hacer?
En primer lugar, podemos tomar en cuenta que los niños pueden estar siendo víctimas de algún tipo de agresión que no hemos logrado percibir y que se manifiesta en una conducta agresiva y desafiante.
Intentemos averiguar si nos encontramos en esta situación para poder ayudar a nuestros hijos conversando sobre el tema o recurriendo a la ayuda profesional.
Pero en la mayoría de los casos, debemos asumir la responsabilidad de una educación demasiado permisiva. A muchos padres les cuesta establecer reglas y luego hacer que se cumplan.
No logran manejar a niños desafiantes y se rinden a cualquier cosa que les pidan porque se encuentran de pronto en un callejón sin salida y no saben cómo actuar.
No olvidemos que los niños tienen una capacidad especial para detectar este tipo de situaciones, y de una manera consciente o inconsciente, no dudan en utilizarlas. La clave está, en ser más perseverantes que ellos.
Si ésta es tu situación, es importante tomar el toro por las astas lo antes posible, porque ya todos hemos visto en alguna ocasión a niños comportarse de manera inadecuada y nadie quiere eso para sus propios hijos.
Sabemos que los niños irrespetuosos, insolentes y desaprensivos, no caen bien en ningún entorno y nadie quiere que su hijo sea rechazado. ¡Hagámoslo por ellos!
Toma en cuenta estas ideas:
- La falta de respeto debe corregirse cuanto antes para que no empeore.
- Justificar las malas actitudes de tu hijo diciendo que “todos los niños son iguales”, o “son cosas de niños”; no va a hacer que el problema desaparezca. Las excusas no sirven.
- Aprender a relacionarse de manera respetuosa los ayudará a desarrollar vínculos sólidos con su entorno.
- Un niño irrespetuoso necesita ayuda para poder canalizar su ira y su frustración.
¿Cómo corregimos estas actitudes?
1) Educar desde el primer minuto.
Es un error creer que porque un niño es muy pequeño, no podrá entender las reglas o cualquier cosa que se le explique. Los niños están aprendiendo todo el tiempo. ¡Nunca lo olvides!
2) Aceptar la frustración.
Aunque no lo creas, sobreproteger a los niños es una forma de mala educación. En nuestro afán por querer evitarles un sufrimiento, estamos cometiendo el error de no dejar que se preparen para manejar situaciones adversas.
Como adultos, sabemos que no siempre las cosas serán como queremos, y no dejar que los niños se preparen para esto hará que no sepan cómo enfrentarse a la adversidad.
No queremos verlos llorar y entonces, aceptamos lo que nos piden. No queremos que se enojen y entonces, permitimos una conducta inapropiada… Parte del aprendizaje que todos necesitamos tiene que ver con saber soportar la frustración.
3) Poner límites.
En ocasiones, las actitudes negativas de nuestros niños, tienen que ver con que no saben muy bien hasta dónde se puede y hasta dónde no se puede. Esto tiene que ver con que los límites no son claros.
Si establecemos una regla que se debe cumplir, debemos en principio predicar con el ejemplo y explicar cuáles son las consecuencias positivas de aceptar las normas.
4) Coherencia y perseverancia.
Los castigos como “un mes sin televisión” o “dos meses sin ir a la casa de un amigo”, son absolutamente inútiles. En principio porque difícilmente logremos mantenerlos y luego, porque dos días después se pierde la esencia del castigo.
Un castigo debe ser una penitencia. Dos horas sin televisión, es más efectivo que un mes que nunca llegará a ser un mes. Mientras transitamos ese camino, vamos perdiendo autoridad.
5) Discernir.
Como padres, debemos tener claro qué es lo intolerable y que es lo intrascendente. En ocasiones, nos enfocamos con demasiado énfasis en “lava tu taza después de usarla”, pero permitimos insultos y agresiones de todo tipo. ¿Cuál es la actitud que realmente debemos modificar?
Las reflexiones finales que podemos hacer son muchas, pero bien podríamos resumirlas en un refrán muy popular: “se atrapan más moscas con miel que con vinagre.”
Esto quiere decir, que imponiéndonos por la fuerza, con castigos severos, con castigos físicos, con amenazas y humillaciones; no vamos a lograr absolutamente nada.
Sólo conseguiremos resentimiento y más malos tratos por parte de nuestros hijos que lamentablemente, luego repercutirán en su vida social y laboral.
6) Explicar
Hablemos, expliquemos, preguntemos, averigüemos qué es lo que pasa y hagamos saber a nuestros hijos que una mala actitud, la mala educación y la falta de respeto sólo le traerán problemas y que es más fácil y más productivo utilizar los buenos modales y generar empatía con los otros.
Hagámosles entender que las consecuencias de utilizar esas palabras que nombramos al principio, siempre van a repercutir en su favor.
Desde pequeños, los distinguimos con facilidad. Algunos se muestran sonrientes, tranquilos, relajados, simpáticos, afectivos... y otros inquietos, díscolos, retadores, continuamente poniendo a prueba a sus padres.
“Buenos días”, “permiso”, “gracias”, “por favor”, “perdón”… al parecer, muchos niños y adolescentes jamás aprendieron estas palabras, porque rara vez los escuchamos decirlas.
Estas expresiones pueden aplicarse a la falta de respecto o a la mala educación, que son dos cosas separadas por una línea muy delgada.
La falta de respeto es algo inapropiado en cualquier circunstancia y una educación benévola no tiene porqué ser al mismo tiempo permisiva.
Como padres, debemos asumir la responsabilidad de enseñar a nuestros niños y adolescentes las actitudes y los gestos para expresar sus emociones y sus desacuerdos sin faltar el respeto a otras personas. Sea quien sea.
Sin embargo, es realmente ingenuo esperar enseñar algo a un niño enojado. Cuando los niños o los adolescentes están dominados por la ira, el estrés o la frustración, la parte racional de su cerebro se desconecta y por lo tanto, es inútil explicarles cualquier cosa.
Esto es algo que los padres debemos tener muy en cuenta, porque no podremos transmitir ningún tipo de enseñanza hasta que ellos no se hayan conectado emocionalmente con nosotros.
En estos casos, tampoco sirven las amenazas, porque en un momento de enojo los niños sólo recordarán la amenaza y no la enseñanza. Obviamente, ni hablar de los castigos físicos.
Éstos no sólo no enseñan nada sino que al mismo tiempo generan resentimiento y creo que estamos todos de acuerdo en que ningún padre desea que sus hijos tengan sentimientos negativos hacia ellos.
La psicóloga Sonia Cervantes, especialista en niños y adolescentes cuenta que recibe consultas de padres que plantean este problema.
Y entonces ella, comparte con ellos la siguiente frase: “los adolescentes hoy en día han perdido todo respeto por la autoridad, no aceptan acatar las normas, no tienen valores y lo único que les interesa es divertirse.”
Y cuando les pregunta a los padres si están de acuerdo con esta frase, y ellos obviamente responden que sí, les hace saber que es una frase escrita por Sócrates, el famoso filósofo griego que vivió hace 2400 años.
¿Ya los adolescentes generaban problemas a sus padres hace 2400 años? Claro que sí. Porque precisamente la adolescencia, que proviene de “adolecer”, es decir, sufrir, penar, padecer, necesitar…
Tiene que ver con este período por el que todos pasamos que puede parecer muy atractivo, pero que también puede tener sus momentos dramáticos.
El adolescente en general nunca estará de acuerdo con la autoridad, con que se le pongan reglas o con que se le obligue a ser algo. El adolescente, busca trasgredir, correr los límites y actuar por sí mismo.
El adolescente es rebelde porque es una persona que se está formando y esto es algo que le provoca angustias, indecisiones y cuestionamientos que muchas veces no sabe cómo manejar.
Ese es el momento en que más necesita de sus padres no para que le obligue, sino para que lo guíe. No para que lo someta, sino para que lo oriente. No para que le imponga, sino para que le explique.
Ojo por ojo, diente por diente.
Tal vez le pediste tu niño que deje la televisión y se ponga hacer las tareas. Tal vez le pediste a tu hijo adolescente que deje los juegos electrónicos y se ponga estudiar… Y entonces ellos te pusieron mala cara o peor aún, contestaron con un improperio y a los gritos.
Enseñar respeto a los niños no puede consistir en faltarles el respeto a ellos. Las amenazas, los castigos, la violencia, la humillación, el chantaje… No son demostraciones de autoridad, sino de autoritarismo. Y con esto no vas a ganar nada.
Cuando nos enfrentamos ante la falta de respeto por parte de nuestros hijos, lo que pasa por nuestras cabezas no es muy distinto de lo que pasa por las suyas.
De la misma manera que ellos se niegan a algo que les pedimos, nosotros también nos dejamos invadir por la ira, nos desconectamos del análisis racional y nos resulta muy difícil reaccionar con calma y discernimiento.
Y entonces llega al momento de preguntarnos, ¿qué hacer?
En primer lugar, podemos tomar en cuenta que los niños pueden estar siendo víctimas de algún tipo de agresión que no hemos logrado percibir y que se manifiesta en una conducta agresiva y desafiante.
Intentemos averiguar si nos encontramos en esta situación para poder ayudar a nuestros hijos conversando sobre el tema o recurriendo a la ayuda profesional.
Pero en la mayoría de los casos, debemos asumir la responsabilidad de una educación demasiado permisiva. A muchos padres les cuesta establecer reglas y luego hacer que se cumplan.
No logran manejar a niños desafiantes y se rinden a cualquier cosa que les pidan porque se encuentran de pronto en un callejón sin salida y no saben cómo actuar.
No olvidemos que los niños tienen una capacidad especial para detectar este tipo de situaciones, y de una manera consciente o inconsciente, no dudan en utilizarlas. La clave está, en ser más perseverantes que ellos.
Si ésta es tu situación, es importante tomar el toro por las astas lo antes posible, porque ya todos hemos visto en alguna ocasión a niños comportarse de manera inadecuada y nadie quiere eso para sus propios hijos.
Sabemos que los niños irrespetuosos, insolentes y desaprensivos, no caen bien en ningún entorno y nadie quiere que su hijo sea rechazado. ¡Hagámoslo por ellos!
Toma en cuenta estas ideas:
- La falta de respeto debe corregirse cuanto antes para que no empeore.
- Justificar las malas actitudes de tu hijo diciendo que “todos los niños son iguales”, o “son cosas de niños”; no va a hacer que el problema desaparezca. Las excusas no sirven.
- Aprender a relacionarse de manera respetuosa los ayudará a desarrollar vínculos sólidos con su entorno.
- Un niño irrespetuoso necesita ayuda para poder canalizar su ira y su frustración.
¿Cómo corregimos estas actitudes?
1) Educar desde el primer minuto.
Es un error creer que porque un niño es muy pequeño, no podrá entender las reglas o cualquier cosa que se le explique. Los niños están aprendiendo todo el tiempo. ¡Nunca lo olvides!
2) Aceptar la frustración.
Aunque no lo creas, sobreproteger a los niños es una forma de mala educación. En nuestro afán por querer evitarles un sufrimiento, estamos cometiendo el error de no dejar que se preparen para manejar situaciones adversas.
Como adultos, sabemos que no siempre las cosas serán como queremos, y no dejar que los niños se preparen para esto hará que no sepan cómo enfrentarse a la adversidad.
No queremos verlos llorar y entonces, aceptamos lo que nos piden. No queremos que se enojen y entonces, permitimos una conducta inapropiada… Parte del aprendizaje que todos necesitamos tiene que ver con saber soportar la frustración.
3) Poner límites.
En ocasiones, las actitudes negativas de nuestros niños, tienen que ver con que no saben muy bien hasta dónde se puede y hasta dónde no se puede. Esto tiene que ver con que los límites no son claros.
Si establecemos una regla que se debe cumplir, debemos en principio predicar con el ejemplo y explicar cuáles son las consecuencias positivas de aceptar las normas.
4) Coherencia y perseverancia.
Los castigos como “un mes sin televisión” o “dos meses sin ir a la casa de un amigo”, son absolutamente inútiles. En principio porque difícilmente logremos mantenerlos y luego, porque dos días después se pierde la esencia del castigo.
Un castigo debe ser una penitencia. Dos horas sin televisión, es más efectivo que un mes que nunca llegará a ser un mes. Mientras transitamos ese camino, vamos perdiendo autoridad.
5) Discernir.
Como padres, debemos tener claro qué es lo intolerable y que es lo intrascendente. En ocasiones, nos enfocamos con demasiado énfasis en “lava tu taza después de usarla”, pero permitimos insultos y agresiones de todo tipo. ¿Cuál es la actitud que realmente debemos modificar?
Las reflexiones finales que podemos hacer son muchas, pero bien podríamos resumirlas en un refrán muy popular: “se atrapan más moscas con miel que con vinagre.”
Esto quiere decir, que imponiéndonos por la fuerza, con castigos severos, con castigos físicos, con amenazas y humillaciones; no vamos a lograr absolutamente nada.
Sólo conseguiremos resentimiento y más malos tratos por parte de nuestros hijos que lamentablemente, luego repercutirán en su vida social y laboral.
6) Explicar
Hablemos, expliquemos, preguntemos, averigüemos qué es lo que pasa y hagamos saber a nuestros hijos que una mala actitud, la mala educación y la falta de respeto sólo le traerán problemas y que es más fácil y más productivo utilizar los buenos modales y generar empatía con los otros.
Hagámosles entender que las consecuencias de utilizar esas palabras que nombramos al principio, siempre van a repercutir en su favor.