Para el cerebro, la malicia apesta

La malicia desencadena en el cerebro la misma emoción que provoca un alimento podrido: nos disgusta tanto que evitamos esa fuente de intoxicación moral.

Las conductas consideradas maliciosas desencadenan en el cerebro una reacción similar a la que provocan los malos olores de un alimento podrido, ha descubierto una investigación de la Universidad de Ginebra: la malicia deja un olor desagradable, concluye.

Este estudio, publicado en Science Advances, ha comprobado que los comportamientos maliciosos desencadenan juicios morales que nos provocan un disgusto relacionado con el mal olor.

El disgusto, una emoción vinculada a nuestra capacidad de supervivencia, surge cuando algo que no se ajusta a lo que deseamos o esperamos. Puede suscitar una reacción visceral.

Disgusto y mal olor

El disgusto está fuertemente relacionado con el olfato: el olor proporciona información sobre la frescura de los alimentos, mientras que el disgusto significa que podemos tomar medidas para evitar una posible fuente de intoxicación. Nos permite descartar un alimento en mal estado.

Los psicólogos, que han investigado en las últimas décadas estas emociones básicas, creen que este tipo de reflejos de supervivencia pueden entrar en juego, también, como respuesta al mal comportamiento de otras personas.

Sin embargo, están divididos en una cosa: unos estudios consideran que lo importante en las reacciones psicológicas a los comportamientos maliciosos es el disgusto, mientras que otros estudios destacan que lo que realmente provocan es dolor.

Tanto el disgusto como el dolor son experiencias desagradables y excitantes, de gran relevancia para la supervivencia, pero tienen cualidades sensoriales y canales neuronales diferentes, destacan los investigadores en su artículo.

Es disgusto, no dolor

La nueva investigación, basada en la biología y no en la psicología, ha descubierto en el cerebro un marcador para el disgusto que surge cuando percibimos malicia en otras personas. No es dolor lo que registran las neuronas ante comportamientos maliciosos ajenos.

En un experimento en el que los cerebros de un grupo de voluntarios eran observados mediante imágenes de resonancia magnética (MRI), se comprobó que los olores del entorno influían en sus decisiones morales, pero que no les provocaban dolor, sino disgusto. El mal olor disgusta, pero no duele.

En consecuencia, el estudio concluye que las reacciones cerebrales relacionadas con nuestras convicciones morales provocan sentimientos de disgusto y no de dolor: por ello, ante la malicia de otras personas, podemos tomar medidas para evitar esa fuente de intoxicación moral, tal como ocurre cuando percibimos un alimento en mal estado.

Respuesta cerebral

El profesor Corrado Corradi-Dell’Acqua, investigador del Departamento de Psicología de la Universidad de Ginebra y director del estudio, aclara en un comunicado que “es difícil distinguir dolor y disgusto en la actividad neuronal, ya que estas dos experiencias suelen reclutar las mismas áreas cerebrales. Para disociarlas, tuvimos que medir la actividad neuronal global mediante resonancia magnética, en lugar de centrarnos en regiones específicas».

El equipo de Ginebra adoptó una técnica que permite distinguir el disgusto y el dolor de la actividad cerebral general, como biomarcadores específicos.

Con esta herramienta, los investigadores pudieron demostrar que la respuesta general del cerebro a comportamientos maliciosos es la misma que se produce cuando esos comportamientos no se ajustan a un juicio moral previo.

Y que esa respuesta cerebral es el disgusto, lo que ratifica investigaciones psicológicas previas que habían llegado a esa misma conclusión.

«Además de este importante descubrimiento para la psicología, este estudio fue la ocasión para el desarrollo de un prototipo de biomarcador para el disgusto olfativo. ¡Es un doble paso adelante!» concluye Corradi-Dell’Acqua.

Vieja asociación

No es la primera vez que una investigación relaciona dos emociones básicas como el disgusto y el mal olor. En realidad, esa asociación nos permite sobrevivir en muchas ocasiones.

Por ejemplo, si un alimento huele mal, nos disgusta y asumimos que no es apto para nuestro consumo. Si por un descuido nos sentamos sobre una estufa caliente, el dolor nos hace reaccionar y evitar la quemadura.

“En el cerebro se produce una asociación entre determinadas situaciones y algunas sensaciones”, explica Corradi-Dell’Acqua.

«Por ejemplo, si tomo una copa mientras leo un artículo sobre la corrupción que afecta a mis convicciones morales, podría encontrar que mi bebida huele mal y tiene un sabor desagradable», añade.

Y plantea asimismo que, si una persona huele mal, pensamos que no es aconsejable ponernos cerca de ella por eventuales riesgos sanitarios.

En ambos casos, se trata de una reacción cerebral asociada al disgusto que nos provocan las dos situaciones, según la nueva investigación.




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