Existen tres factores para clasificar las estrellas: la clase espectral, el color y la magnitud absoluta. La primera, que consiste en analizar la luz que emiten. La radiación electromagnética que procede de la estrella se analiza mediante su división por un prisma (un objeto que descompone la luz en colores) y este muestra el arcoíris de colores, además de las llamadas líneas de absorción, unos “saltos” en esa gradación que impiden que el espectro sea continuo. Este método se conoció como el “Sistema de clasificación de Harvard”: que dividió las clases espectrales en siete categorías alfabéticas que daban una secuencia de temperaturas: O, B, A, F, G, K, y M, donde la letra O correspondía a las estrellas más calientes (muy raras de encontrar, y son a su vez, muy brillantes) y las del grupo M, las más frías (y las más abundantes).
Existe una regla nemotécnica para recordar el orden de las letras de tipo espectral, de las más calientes a las más frías, es “Oh, Be A Fine Girl–Kiss Me!” (en español: “Sé una buena chica, ¡bésame!”).
El sistema de clasificación moderno se conoce como la clasificación Morgan-Keenan (MK). A cada estrella se le asigna una clase espectral de la antigua clasificación espectral de Harvard y una clase de luminosidad utilizando números romanos.
Existe una regla nemotécnica para recordar el orden de las letras de tipo espectral, de las más calientes a las más frías, es “Oh, Be A Fine Girl–Kiss Me!” (en español: “Sé una buena chica, ¡bésame!”).
El sistema de clasificación moderno se conoce como la clasificación Morgan-Keenan (MK). A cada estrella se le asigna una clase espectral de la antigua clasificación espectral de Harvard y una clase de luminosidad utilizando números romanos.
Fuente FABIANA MEJIA