Enigma prehistórico: por qué la ciencia decidió abandonar la búsqueda del eslabón perdido

La existencia de un ser en la evolución que conectaba al mono con el ser humano obsesionó a los científicos del siglo XIX y perdura hasta hoy

La imagen es fácilmente reconocible, un clásico de la divulgación científica. En ella se ve de perfil una serie de personajes que caminan en fila india. El primero de la hilera es un mono, en general un chimpancé. El último, un hombre. Los cuatro o cinco seres que hay entre ellos representan la transición entre el primate y el humano. Es quizás la ilustración más popular para simbolizar la evolución humana.
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Y al calor de esa idea de progresión evolutiva lineal, que parece representar esa imagen, se consolidó otro concepto, el de “el eslabón perdido”. Esta noción, que todavía tiene vigencia hoy en el imaginario popular y en algunos medios de comunicación, alude a la existencia de algún ancestro de la humanidad actual, que fue en parte simio y en parte humano

El eslabón perdido era la pieza crucial que unía a la humanidad con los monos y, por lo tanto, con el resto de la naturaleza. Por mucho tiempo, la búsqueda de algún fósil que comprobara la existencia de este eslabón fue una obsesión de buena parte de la comunidad científica, que veían el objetivo de su búsqueda como el Santo Grial de la evolución.

Pero a esta altura es fundamental aclarar que hay dos conceptos que se vertieron aquí que no son correctos. Es que, para la ciencia, en primer lugar, la idea de una evolución progresiva y lineal no tiene asidero en la historia natural.

Y en segundo lugar, también desde un punto de vista científico, el eslabón perdido no existe, o al menos se trata de un concepto por completo erróneo. Así es. Por más atractivo que resulte, posiblemente haya llegado la hora de descartarlo.

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