En 1983, Benjamin Libet desató una controversia con su demostración de que nuestra sensación de libre albedrío podría ser una ilusión.
Y es una controversia que, con el correr del tiempo, solo ha ido en aumento.
El experimento de Libet tiene tres componentes vitales: una elección, una medición de la actividad cerebral y un reloj.
La elección es mover el brazo izquierdo o el derecho. En la versión original la decisión se hace al girar la muñeca. En otras versiones de la prueba se hace levantando un dedo de la mano izquierda o de la derecha.
A los participantes se les instruye a "dejar que el impulso (de hacer el movimiento) aparezca por sí solo en cualquier momento, sin ninguna planificación previa o sin tener que concentrarse sobre cuando actuar".
Medición crucial
El tiempo exacto en el que uno hace el movimiento queda registrado al activarse los músculos del brazo.
La medición de la actividad cerebral se hace por medio de electrodos sobre el cuero cabelludo.
Cuando los electrodos se colocan por encima de la corteza motora (aproximadamente en el medio de la cabeza) una señal eléctrica distinta aparece entre la derecha y la izquierda, al planificar y ejecutar el movimiento en cualquiera de los dos lados.
El reloj está especialmente diseñado para permitir que los participantes perciban cambios de menos de un segundo y consiste de un solo punto que se desplaza dando vueltas a la circunferencia cada 2,56 segundos. Esto significa que al reportar la posición se está reportando el tiempo.
Si suponemos que puedes reportar la posición exactamente a un ángulo de 5 grados, esto significa que puedes usar este reloj para dar un reporte del tiempo en menos de 36 milisegundos, es decir 36 milésimas de un segundo.
Mezclando esos ingredientes, Libet realizó una medición crucial extra. Les pidió a los participantes reportar, utilizando el reloj, el punto exacto cuando tomaron la decisión de hacer el movimiento.
Resultado explosivo
Desde hacía varias décadas los fisiólogos ya sabían que una fracción de segundo antes de hacer un movimiento ocurre un cambio en las señales eléctricas en tu cerebro.
Y así fue en el experimento de Libet, en el que menos de un segundo antes de que los participantes se movieran un cambio probado podía quedar registrado utilizando los electrodos.
Sin embargo, el resultado explosivo se produjo cuando los participantes reportaron su decisión de hacer el movimiento. Esto ocurrió entre el cambio eléctrico en el cerebro y el movimiento real.
Esto significa, tan seguro como que toda causa tiene un efecto, que la sensación de decidir no podía ser un reporte preciso de lo que estaba causando el movimiento.
El registro de electrodos mostró que, en cierto sentido, la decisión ya había sido tomada antes de que los participantes estuviesen conscientes de ejecutarla. Las señales del cerebro estaban cambiando antes de que ocurriese la experiencia subjetiva de tomar una decisión.
Y eso encendió la polémica. ¿Ya los cerebros de los participantes habían tomado la decisión? ¿Era la sensación de escoger simplemente una ilusión?
Intuiciones dominantes
Hay mucho más que discutir sobre la neurociencia y el libre albedrío que este único experimento, pero su simpleza permitió atrapar la imaginación de muchos de los que piensan que nuestra condición como criaturas biológicas limita nuestra libre voluntad.
Igualmente, de quienes argumentan que el libre albedrío sobrevive el reto de tener nuestras mentes basadas firmemente en nuestros cerebros biológicos.
Parte de la atracción del experimento de Libet se debe a dos intuiciones dominantes que tenemos acerca de la mente. Sin estas intuiciones el experimento no parecería tan sorprendente.
La primera intuición es la sensación de que nuestra mente es una cosa separada de nuestro ser físico, un dualismo natural que nos empuja a creer que la mente es un lugar puro, abstracto, libre de limitaciones biológicas.
Pensar un instante en la última vez que andabas de mal humor porque estabas hambriento hace añicos esta ilusión, pero yo argumentaría que sigue siendo un tema persistente en nuestra forma de pensar.
¿Por qué otra razón seríamos los menos sorprendidos de que es posible encontrar correlaciones neurales de eventos mentales?
La segunda intuición generalizada, que nos deja sorprendidos por el experimento de Libet, es la creencia de que conocemos nuestra propia mente, que nuestra experiencia subjetiva de tomar decisiones es un reporte exacto de cómo se tomó esa decisión.
Ilusión
La mente es como una máquina. Siempre que funcione bien, nos sentimos alegremente ignorantes de cómo lo hace. Es solo cuando surgen errores y contradicciones que nos llama la atención mirar bajo el capó.
Y así surgen interrogantes como: ¿Por qué no vi esa salida? ¿Cómo pude olvidar el nombre de esa persona? ¿Por qué la sensación de decidir ocurre después de los cambios del cerebro asociados con la toma de decisiones?
No hay razones para pensar que somos reporteros fidedignos de todos los aspectos de nuestras mentes. De hecho, la psicología nos da muchos ejemplos de casos en los que muchas veces nos equivocamos.
La sensación de decidir en el experimento de Libet podría ser una completa ilusión. Quizás la verdadera decisión está hecha de alguna forma "por nuestro cerebro" o tal vez simplemente sea que la sensación de decidir está atrasada con respecto a nuestra decisión real.
Solo porque reportamos erróneamente el momento de la decisión no quiere decir que no estuvimos íntimamente involucrados en tomarla, en el sentido significativo que eso pudiese tener.
Cada año se escriben más cosas sobre el experimento de Libet. Es algo que ha generado una industria académica que investiga la neurociencia del libre albedrío. Hay muchas críticas y refutaciones con un intenso debate sobre cómo – y si lo es - es relevante para la libertad de nuestras elecciones de todos los días.
Incluso los partidarios de Libet tienen que admitir que la situación usada podría ser demasiado artificial para ser un modelo directo de las elecciones reales cotidianas.
Sin embargo, el experimento básico continúa inspirando discusión y generando nuevos pensamientos sobre la manera en que nuestra libertad tiene sus raíces en nuestro cerebro.
Y eso, yo argumentaría, se debe a la forma como nos ayuda a confrontar nuestras intuiciones sobre el funcionamiento de la mente y a ver que las cosas son más complicadas de lo que instintivamente imaginamos.
Fuente BBC MUNDO