El extraordinario caso que puso en tela de juicio si lo que vemos es lo que de verdad sucedió


Es un lugar común en la experiencia humana: estamos convencidos de que vimos a un amigo en la calle, cuando realmente estaba en Australia; podríamos jurar que sólo había tres personas en una pelea, cuando había cinco; estamos seguros de que la bola de tenis cayó dentro, cuando de hecho...                         

¿Cuán fiable es lo que vemos con nuestros propios ojos?

La pregunta es vital para el sistema de justicia.

Antes de que un jurado pueda condenar a un acusado en un juicio criminal, necesita tener la certeza de que es culpable.

Pero cuando sólo tiene el testimonio de testigos presenciales, ¿puede estar seguro?

A menudo no lo está, así el testigo no tenga ninguna duda de que está diciendo la verdad.
No es mentira, es error

Los testigos honestos están convencidos de que vieron a X cometer el delito y de que la persona que identificaron efectivamente es X... y son convincentes.

Sin embargo, muchos casos han demostrado que testigos honestos pueden estar equivocados.

Pero la televigilancia o circuito cerrado de televisión (CCTV), el ADN o huellas digitales refutan sus versiones.

Para resolver el interrogante que esta realidad plantea, remontémonos a una época en la que no había ni CCTV ni sabíamos procesar el ADN.
Cause célèbre

Un día de diciembre de 1895, cuando el marinero convertido en comerciante noruego Adolf Beck tenía 54 años, fue arrestado en Londres.

Acababa de salir de su apartamento en la calle Victoria esa tarde cuando una mujer se le acercó y lo miró de frente. Él sonrió.

"Yo lo conozco", dijo la mujer, Ottilie Meissonier, y empezó a llamarlo "ladrón".

Beck entró en pánico y salió corriendo; ella lo persiguió gritando. Ambos vieron a un policía y fueron a pedirle ayuda.

Él se quejó del lenguaje soez de ella; ella lo denunció. Ambos fueron llevados a la estación de policía.

Él se quedó ahí, detenido.

Identificado

Meissonier lo había reconocido. Era el hombre que hacía tres semanas se había puesto a conversar con ella en esa misma calle, había pasado una hora en su casa y, tras engañarla cruelmente, se había llevado objetos por valor de más de US$40.

La descripción que ella dio del delito coincidía en casi todos los detalles con otra estafa que había denunciado hacía unos pocos meses Daisy Grant, y la descripción física que dio del timador era similar a la de Beck.

La razón por la que cuando estás triste lo ves todo distinto

Tanto Grant como la doncella de Meissonier, quien había visto a un hombre cuando estuvo en la casa, fueron citadas, y ambas señalaron sin titubear a Beck entre los siete hombres de la rueda de identificación.

Lo dejaron detenido, sordos a sus protestas de que se trataba de un terrible error.

La historia del estafador de la calle Victoria apareció en los diarios y, para sorpresa de todos, una procesión de mujeres se presentó en la estación de policía para declarar que habían sido víctimas de fraudes idénticos.

12 víctimas y otros testigos lo reconocieron en ruedas de identificación de hasta 18 hombres, sin vacilación, con declaraciones contundentes.

No tengo ninguna duda de que él es el hombre"
Minnie Lewis, timada en abril de 1895, al identificar a Adolf Beck

Beck fue llevado a juicio acusado de 10 cargos por obtener ventajas mediante falsas pretensiones y robo.

Contaba con un abogado, pero no tenía ninguna coartada sólida para ninguno de los delitos.

La esperanza de Perú

Había sólo un dato algo complicado que podía ayudarlo a probar su inocencia.

El estafador siempre operaba de la misma forma.
Abordaba mujeres solteras, viudas o divorciadas, que aparentaban tener más de lo que tenían y atraídas por los hombres adinerados.
Se presentaba como un rico aristócrata llamado Lord Willoughby y con su encanto lograba que lo invitaran a sus casas.
Una vez ahí, les decía que necesitaba urgentemente un ama de llaves, que lo acompañara a viajar y a los bailes y otras citas sociales.
Les decía que iban a necesitar un nuevo vestuario, por el que él pagaría, y escribía una lista de la ropa y accesorios que debían comprar en las tiendas en las que él tenía cuenta. Además, les entregaba un cheque de una suma considerable, para gastos.
Finalmente les pedía que le mostraran las joyas que tenían, las juzgaba inapropiadas y les decía que se las llevaría para que les hicieran unas monturas más ostentosas.
El cheque era falso y las joyas desaparecían.

El abogado de Beck sabía que varios oficiales de policía habían notado que casi todos los detalles coincidían con una serie de delitos ocurridos en Londres en 1877, por los que alguien llamado John Smith había pagado 4 años de cárcel.

La pregunta era si Adolf Beck y John Smith eran el mismo hombre.

Uno de los oficiales que había visto a ambos estaba dispuesto a jurar que sí.

Pero Beck insistía que en 1877 estaba viviendo en Perú, y tenía testigos para probarlo.

Sin embargo, el juez prohibió cualquier mención de delitos pasados y ante la abrumadora evidencia presentada por la parte acusadora, que contaba con numerosos testigos, Beck fue condenado a 7 años de cárcel, de los que sirvió 5.

Pesadilla recurrente

Tres años después de su liberación, en 1904, una mujer fue a la policía Scotland Yard para denunciar que un hombre llamado Lord Willoughby la había estafado.

Un detective reconoció la historia, la confrontó con Beck y ella lo reconoció.

Una vez más él se declaró inocente, la publicidad hizo que otras mujeres reportaran fraudes similares y lo identificaron con toda certeza.

Una vez más estuvo en el banquillo de los acusados por timar a cuatro mujeres.

El veredicto fue el mismo y a los 63 años de edad, Beck se enfrentaba a otros 5 años de prisión.

Pero en esta ocasión, mientras él estaba encerrado en la cárcel, una secuencia de eventos muy similar tuvo lugar en el otro extremo de Londres.

Un caballero elegantemente vestido visitó a dos hermanas y con promesas de un porvenir dorado las convenció de entregarle sus joyas.

Sólo que en este caso, las víctimas sospecharon y le pidieron al dueño de la casa que siguiera al "Lord", quien fue primero a una joyería a que valoraran las joyas y luego a un prestamista, antes de que un policía lo arrestara.

En cuestión de días, todo el misterio se resolvió. El hombre arrestado era el John Smith de 1877 (no se conoce su verdadero nombre); las otras mujeres se presentaron a acusar a "Smith" y él confesó.

Otra prueba contundente salió a la luz: se sabía desde hacía tiempo, por los registros de la cárcel, que Smith era circuncidado y Beck no.

Beck fue liberado, perdonado y compensado.

Fue un error judicial escandaloso.

Pero lo que lo hace relevante en las cortes y la razón por la que los abogados lo citan hasta el día de hoy es que es la prueba más vívida de la falta de fiabilidad de las identificaciones de los testigos.

Al menos 16 personas juraron que Beck era el estafador, lo hicieron independientemente y en la mayoría de los casos tras haber pasado al menos una hora en su compañía.
¿Cómo puede ser que tanta gente estuviera equivocada?

No hay ninguna razón para pensar que las mujeres que lo identificaron estaban mintiendo.

La edad y altura de los dos hombres eran parecidas, pero aparte de similitudes superficiales comunes entre muchos hombres de la época, estaban lejos de parecer gemelos.

Entonces, ¿qué pasó?

"Hay varias explicaciones", asegura la psicóloga Amina Menon, experta en evidencia presencial en el Royal Holloway de la Universidad de Londres.

"Es muy difícil reconocer rostros que sólo hemos visto fugazmente".

"Además contaban con un grafólogo que aseguró que la escritura en las notas que el estafador le entregó a las damas a cambio de sus joyas era la de Beck, y ese no era el caso".

El experto en escritura de hecho se retractó cuando atraparon a John Smith.

"Es que hay algo que llamamos 'sesgo de confirmación forense': llamas a un experto para que confirme, pero lo que realmente estás buscando es confirmación", explica Menon.
¿Tres o dos?

En otro caso, mucho más reciente, en el que estuve involucrado, dos indudablemente honestos y completamente fiables testigos declararon que tres jóvenes los habían seguido hasta un cajero automático y los habían robado.

No obstante, las imágenes grabadas por los circuitos de televisión muestran que uno de los jóvenes se había ido y no había estado presente durante el robo.

Los testigos se asombraron cuando vieron las imágenes.

"En ese caso me pregunto si los testigos conversaron. Lo que un testigo recuerda puede alterar el recuerdo de otro. La memoria es reconstructiva y podemos equivocarnos", responde la experta en evidencia presencial.

"Cuando tenemos muchos elementos para procesar, tomamos atajos. Hubo un incidente en un tren en el que apuñalaron a alguien. Luego les mostraron fotos a los que viajaban en ese vagón. Varios aseguraron que el puñal estaba en la mano de un hombre negro, a pesar de que había estado en la de blanco".

"La gente está codificando no solamente los eventos como los ve, sino que también se está formando opiniones que pueden estar basadas en estereotipos preexistentes".

El extraordinario caso de Adolf Beck dio paso a la institución del tribunal de apelaciones en Reino Unido.

Desde su época, hay varias salvaguardas en las cortes para contrarrestar nuestras debilidades.

Los problemas con la identificación de acusados han llevado a que los jueces estén mucho más dispuestos a intervenir y suspender casos mal sustentados. Además, alertan al jurado sobre los riesgos inherentes a las indentificaciones.

Y recientemente, la psicología cognitiva entró en los tribunales a hacer pruebas para revelar y proteger contra las trampas de los testimonios.

Fuente BBC MUNDO



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