Esta fue la contundente pregunta que hizo Eevamaija Vuollo, una profesora finlandesa que ganó el premio a la mejor tesis de magíster sobre educación en Finlandia, durante su visita a las escuelas de Latinoamérica.
La investigadora realizó el estudio “Mirar hacia afuera para cambiar hacia adentro” que observa la educación superior de Australia, Canadá, Costa Rica, Finlandia e Inglaterra; países que tienen una educación pública fuerte y logran buenos resultados en mediciones internacionales.
Vuollo contrastó esos sistemas puntualmente con el de Chile, no con el propósito de que sea copiado, porque es sabido que el éxito de los distintos modelos es implícito a las peculiaridades de cada sociedad. Lo que se busca es mucho más simple:“imaginar otras realidades, puesto que los estudios comparativos permiten tener una visión más amplia de la situación actual de cada país”.
A partir de este análisis, la investigadora hizo cuatro recomendaciones para Chile y que muy bien podrían seguirse como ejemplo en el resto de los países de Sudamérica.
La primera: crear un marco de cualificaciones común entre carreras e instituciones, esto garantizaría a cualquier estudiante aprendizajes y habilidades mínimas comunes, independientemente de cuál es su casa de estudios en las diferentes regiones de cada país.
La segunda: que la educación superior debe ser pública, gratuita y con énfasis en la investigación, de modo que se creen nuevos conocimientos como parte de la labor del profesor en conjunto con sus estudiantes. “Como soy de Finlandia, para mí la educación debe ser gratis, porque no es para el individuo, sino para la sociedad”, explica.
Y agrega un punto fundamental: “La educación superior tiene un rol clave en el desarrollo del país. Las políticas públicas deberían basarse en investigaciones. Me sorprende que en Chile y otros países de Latinoamérica no se apoye esto a través del sistema de financiamiento”.
El tercer punto es que las carreras reduzcan su duración y sean más flexibles. En países como Argentina, el desfajase de la realidad entre la cantidad de materias y su duración, hace que muy pocos estudiantes puedan graduarse en los tiempos estipulados. “Hay gente que necesita más tiempo para estudiar y está bien. Pero en otros casos son jóvenes y quizá les interesa tomar cursos de otra facultad o universidad. Hay que darles flexibilidad para que sean buenos profesionales”.
La última recomendación de Vuollo surge de su sorpresa por el absurdo de la distinción “artificial” entre los títulos técnicos y las licenciaturas. Su propuesta es plantear más colaboración entre las carreras, por ejemplo, que un técnico pueda continuar un posgrado o que puedan tomar ramos entre estudiantes de una carrera técnica y una de orientación más académica.
La educadora de Finlandia enfatiza dos valores para mejorar el sistema de educación superior: flexibilidad y colaboración, verdaderos pilares que nutren una educación para hacer una sociedad mejor.
Y se pregunta sobre el resultado de hacerlo de otra forma: “Si en el nivel institucional todo se basa en competencias, ¿cómo podemos pedir que los estudiantes aprendan a colaborar?”
La investigadora realizó el estudio “Mirar hacia afuera para cambiar hacia adentro” que observa la educación superior de Australia, Canadá, Costa Rica, Finlandia e Inglaterra; países que tienen una educación pública fuerte y logran buenos resultados en mediciones internacionales.
Vuollo contrastó esos sistemas puntualmente con el de Chile, no con el propósito de que sea copiado, porque es sabido que el éxito de los distintos modelos es implícito a las peculiaridades de cada sociedad. Lo que se busca es mucho más simple:“imaginar otras realidades, puesto que los estudios comparativos permiten tener una visión más amplia de la situación actual de cada país”.
A partir de este análisis, la investigadora hizo cuatro recomendaciones para Chile y que muy bien podrían seguirse como ejemplo en el resto de los países de Sudamérica.
La primera: crear un marco de cualificaciones común entre carreras e instituciones, esto garantizaría a cualquier estudiante aprendizajes y habilidades mínimas comunes, independientemente de cuál es su casa de estudios en las diferentes regiones de cada país.
La segunda: que la educación superior debe ser pública, gratuita y con énfasis en la investigación, de modo que se creen nuevos conocimientos como parte de la labor del profesor en conjunto con sus estudiantes. “Como soy de Finlandia, para mí la educación debe ser gratis, porque no es para el individuo, sino para la sociedad”, explica.
Y agrega un punto fundamental: “La educación superior tiene un rol clave en el desarrollo del país. Las políticas públicas deberían basarse en investigaciones. Me sorprende que en Chile y otros países de Latinoamérica no se apoye esto a través del sistema de financiamiento”.
El tercer punto es que las carreras reduzcan su duración y sean más flexibles. En países como Argentina, el desfajase de la realidad entre la cantidad de materias y su duración, hace que muy pocos estudiantes puedan graduarse en los tiempos estipulados. “Hay gente que necesita más tiempo para estudiar y está bien. Pero en otros casos son jóvenes y quizá les interesa tomar cursos de otra facultad o universidad. Hay que darles flexibilidad para que sean buenos profesionales”.
La última recomendación de Vuollo surge de su sorpresa por el absurdo de la distinción “artificial” entre los títulos técnicos y las licenciaturas. Su propuesta es plantear más colaboración entre las carreras, por ejemplo, que un técnico pueda continuar un posgrado o que puedan tomar ramos entre estudiantes de una carrera técnica y una de orientación más académica.
La educadora de Finlandia enfatiza dos valores para mejorar el sistema de educación superior: flexibilidad y colaboración, verdaderos pilares que nutren una educación para hacer una sociedad mejor.
Y se pregunta sobre el resultado de hacerlo de otra forma: “Si en el nivel institucional todo se basa en competencias, ¿cómo podemos pedir que los estudiantes aprendan a colaborar?”
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