Nuestro cerebro reacciona a las variaciones del campo magnético terrestre

Tenemos un sexto sentido magnético similar al que usan algunos animales para orientarse

El cerebro humano es capaz de reaccionar a las variaciones en el campo magnético terrestre, por lo que dispone de un sexto sentido similar al que poseen otras especies animales para orientar su navegación.

Los seres humanos tenemos un sexto sentido que es sensible al campo magnético terrestre y similar al que poseen otras especies animales para orientar su navegación.

Lo han descubierto científicos del Instituto de Tecnología de California y la Universidad de Princeton en Estados Unidos, así como de la Universidad de Tokio en Japón: las ondas cerebrales humanas se alteran en función de las variaciones del campo magnético terrestre.

Kirschvink y Shimojo, autores de esta investigación, señalan en un comunicado que esta es la primera evidencia científica de la existencia de un nuevo sentido humano: la magnetorrecepción. Sus hallazgos se han publicado en la revista eNeuro.

Este equipo de investigadores introdujo a 34 voluntarios, de diferentes edades y procedencia étnica, en una habitación oscura y silenciosa equipada para simular en su interior el campo magnético de la Tierra y su dinámica. Los voluntarios, durante esta experiencia, estaban equipados con un casco de electroencefalografía que medía su actividad cerebral.

Los investigadores manipularon el campo magnético artificial para replicar sus variaciones naturales y descubrieron que los cerebros de los participantes reaccionaban a estos cambios modificando las ondas alfa, propias de un estado mental de calma ajeno al sueño.

Las ondas alfa en el cerebro tienen una frecuencia de entre 8 y 13 hercios y ofrecen una medida de si el cerebro está siendo activado o está en modo de reposo o "piloto automático". Cuando un cerebro humano no está conectado, el poder alfa es alto. Cuando algo llama su atención, consciente o inconscientemente, su poder alfa decae ante varios estímulos sensoriales como la visión o el oído.

Los diferentes experimentos a que fueron sometidos los voluntarios demostraron que, en algunos participantes, el poder alfa comenzó a disminuir desde los niveles de referencia inmediatamente después de la estimulación magnética, descendiendo hasta en un 60 por ciento durante varios cientos de milisegundos, y luego recuperó su frecuencia habitual unos segundos después del estímulo. "Esta es una respuesta clásica y bien estudiada de ondas cerebrales a una información sensorial, denominada desincronización relacionada con eventos, o alfa-ERD", explica Shimojo.

Particularidad sorprendente

Esta reacción cerebral mostró una particularidad sorprendente: las ondas cerebrales surgidas como consecuencia de las variaciones en el campo magnético artificial eran más sensibles a las que ocurren en el hemisferio norte e ignoraban las variaciones propias del hemisferio sur, así como las que seguían la dirección de las agujas del reloj.

Según los investigadores, esta diferente reacción podría explicarse por el hecho de que todos los participantes en el experimento procedían del hemisferio norte: sus cerebros, por ello, reaccionan a las variaciones que les parecen naturales (propias de su ubicación geográfica) e ignoran las variaciones que consideran anómalas (las propias del hemisferio sur que nunca han experimentado).

Es como si apagaran esa brújula interna cuando están sometidos a campos magnéticos desconocidos. En el caso de la reacción a las variaciones magnéticas que siguen el sentido de las agujas del reloj, consideran los científicos que es posible que haya generado una reacción diferente que no ha sido registrada. En cualquier caso, dejan claro que serán precisas nuevas investigaciones para considerar completamente demostrado que realmente disponemos de un sexto sentido magnético.

¿Por qué no nosotros?

"Muchos animales tienen magnetorrecepción, entonces ¿por qué no nosotros?" plantea Connie Wang, estudiante graduada de Caltech y autora principal del estudio. Por ejemplo, las abejas, los salmones, las tortugas, las aves, las ballenas y los murciélagos usan el campo geomagnético para orientarse, y los perros pueden ser entrenados para localizar imanes enterrados.

Durante mucho tiempo se ha teorizado que los humanos pueden compartir una habilidad similar. Sin embargo, a pesar de una serie de investigaciones que intentaron probarlo en los años 80, nunca se ha demostrado de manera concluyente.

"Aristóteles describió los cinco sentidos básicos como visión, oído, gusto, olfato y tacto", dice Kirschvink, coautor del estudio. "Sin embargo, no consideró la fuerza de la gravedad, la temperatura, el dolor, el equilibrio y varios otros estímulos internos que ahora sabemos son parte del sistema nervioso humano. Nuestra ascendencia animal sostiene que los sensores del campo geomagnético también deberían estar presentes, no representando al sexto sentido, sino tal vez al décimo u undécimo sentido humano todavía por descubrir", concluye.

Sistema de localización

El campo magnético terrestre se origina en el núcleo y la corteza de la Tierra: surge de las corrientes procedentes del material fundido del núcleo y se nutre al mismo tiempo de los campos de las rocas magnetizadas de la corteza. La vida en nuestro planeta es posible gracias a este escudo invisible que nos protege de la radiación solar.

El campo magnético que percibimos procede directamente del núcleo y provoca variaciones en la intensidad y dirección del campo, desde el ecuador hacia los polos magnéticos. Además, los ángulos de inclinación del campo magnético terrestre varían con la latitud. Unidos, ambos elementos permiten a los animales conocer su posición geográfica y orientar su navegación en una dirección determinada.




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