Hugo Sigman es médico y dueño de Grupo Insud. Con 75 años -dentro del grupo de riesgo por la enfermedad- explica cómo actúa ese fármaco en combinación con un antibiótico y revela la cantidad de tratamientos que tiene la Argentina de ese remedio. Sobre el aislamiento, asegura: “Sólo cuando se empiezan a contar los muertos la gente acepta la cuarentena”
“Soy médico en primer lugar”, enfatiza Hugo Sigman (75), además dueño del grupo farmacéutico Insud y productor de cine. Está, lo sabe, dentro del grupo de riesgo si se llegara a infectar con el coronavirus Covid-19, que ya mató a 30846 personas. Llegó hace 20 días desde España y, como todo aquel que viene del exterior, debió hacer cuarentena. Pero por un decreto del presidente Alberto Fernández firmado nueve días atrás, su aislamiento se prolongara. Buen momento para ver películas, su hobbie favorito. Pero también -home office mediante-, pensar en cómo la industria farmacéutica puede ayudar a sanar a los enfermos por la pandemia.
“Así es, mi cuarentena será un poquito más larga que para la mayoría -arranca en el teléfono-. Pero vine de Madrid, y la verdad es que podría estar enfermo allá, en una terapia intensiva. Uno tiene que valorar la suerte en estas circunstancias, porque esta enfermedad le puede tocar a cualquiera. No hay clases sociales ni circunstancias personales. Hay que agradecer que uno está bien.
-Seguro. Porque viajar en un avión, hoy, rodeado de gente, es como una ruleta rusa.
-Absolutamente. El porcentaje de gente que se infectó en los viajes no fue menor. A medida que pasaba el tiempo después del viaje me repetía: “un día menos, un día menos…”, hasta que llegó el día 14 y dijimos con mi esposa: “que suerte, es improbable que nos toque”
-Como médico y dueño de laboratorios, ¿cuándo se dio cuenta de que el coronavirus era algo serio?
-Cuando estuve en España. Ahí caí en la cuenta. Recordé la Guerra de Malvinas. En ese momento vivía en Barcelona, y escuchaba algunos amigos decir que era un trámite sencillo, que duraría poco tiempo, y me daba cuenta de que no se comprendía dónde nos habíamos metido. En este caso, esa incomprensión fue breve. Enseguida se entendió la gravedad de esta enfermedad, que es muy infectiva, que contagia mucho, y sobre todo en las personas de mi edad, que tienen más riesgo de enfermarse severamente y morirse. En los mayores de 70 años, la estadística es una muerte cada cinco o seis enfermos. Muy alta. Con esta enfermedad, además, hubo una confusión muy grande: había muchos más infectados que enfermos. Pero también contagiaban.
-Exacto. Personas que no se daban cuenta porque no tenían síntomas. Algunos tuvieron pérdida de olfato o gusto transitorio, no mucho tiempo. No fueron irresponsables, no sabían que estaban infectados. Entonces caminaban, iban al trabajo, se reunían con familiares, amigos, iban a espectáculos deportivos masivos. Se calcula que cada uno contagió a 2,4 personas. Y estos, a su vez, a 2,4 personas cada uno. Ese crecimiento exponencial de infectados se hizo incontrolable. Ese período donde hubo muchos infectados no enfermos, entre 14 y 40 veces más que los casos confirmados, confundió a muchos científicos.
-Los expertos medían si había circulación comunitaria o no. Es decir, cuando alguien se enferma sin estar en contacto con otro enfermo. En esos casos no se encuentra el origen del contagio. Eso los engañó. Al no haber circulación comunitaria, el Estado español no recomendaba suspender espectáculos masivos, ni las clases, y era el momento en que la cuarentena hubiera sido más efectiva. El 8 de marzo se hizo la marcha del Día Internacional de la Mujer en España. Y dos días después se jugó el partido Atlético de Madrid-Liverpool en Inglaterra. Cuando se jugó el partido Valencia-Atalanta en España se hizo a puertas cerradas, pero vinieron cinco mil italianos y pusieron una pantalla fuera del estadio. Todo eso descontroló a la epidemia. Ahí empecé a alarmarme y a hablar con colegas en España y la Argentina sobre la gravedad de la situación. Ya no era una gripe, la gente no está inmunizada contra el COVID-19. La población está desprotegida. Cuando los españoles se dieron cuenta, se les hizo muy difícil el control y se produjo un colapso sanitario impresionante.
-Alemania no tiene la misma cantidad de muertos que Italia o España. ¿Cuánto influye tener un sistema de salud preparado?
-La verdad es que no conozco a fondo el caso alemán. Algunos dicen que tienen más camas y equipos de terapia intensiva por habitante. Por eso creo que la Argentina está atravesando la situación con cierta ventaja. Tenemos la experiencia de lo que vivieron en otros países. Y podemos encontrarnos, cuando la etapa más grave de la crisis se produzca, un poquito mejor preparados. Veo mucha solidaridad, muchas acciones como incorporar más camas y equipamiento. Transformar una cama común en una cama de terapia intensiva cuesta más o menos 30 mil dólares. Hay que ver si somos capaces de conseguir, tanto localmente como por vía de la importación, la cantidad de equipos necesarios. Hasta ahora, la curva en la Argentina viene bastante bien.
-¿Le parecieron correctas y sobre todo, a tiempo, las medidas que tomó el gobierno?
-Sí, las tres medidas fundamentales: cerrar fronteras, suspender las escuelas y la cuarentena obligatoria. En mi opinión, la cuarentena es inevitable en el cien por ciento de los países. Pero se puede implementar de un modo planificado y ordenado, cuando todavía la situación no es crítica. O por obligación cuando todo se desborda. Nuestro país está en el primer grupo, por eso probablemente vamos a tener menos enfermos y menos muertos, porque con estas medidas se consigue aplanar la curva y el sistema de salud no colapsa. En Argentina los casos de infectados aumentaron nueve veces, en cambio en Brasil aumentaron 15. España e Italia tuvieron que hacer la cuarentena a las desesperadas.
-A mucha gente le cuesta acatarla.
-Si. Lamentablemente, solo cuando se empiezan a contar los muertos la gente toma conciencia y la acepta. Dentro de los límites, la fuerza pública y el gobierno está actuando bien. No vi en muchos lugares del mundo las sanciones que hay acá para quienes no hacen cuarentena. La gran mayoría de la sociedad no reaccionó mal, y eso que no es fácil cumplir una cuarentena tan estricta. Y, repito, veo muchas acciones solidarias. Yo sé que muchos ven que tengo una mirada demasiado optimista, pero así lo considero.
-¿Hay algún “modelo” de cuarentena?
-En muchos países se hizo bien recién cuando la situación se tornó dramática. Claro, hay otros, como Israel, donde la disciplina social de por sí es muy alta. También China, Corea del Sur… Todos ellos tenían un seguimiento de sus habitantes con distintas aplicaciones de celulares que permitían identificar y aislar a los infectados. En China, cuando alguien subía al subte, debía dejar nombre, teléfono y dirección. Si alguien de ese vagón se enfermaba, llamaban al resto para que se aislen.
-¿Entonces cree que nuestro sistema de salud puede soportar el pico de enfermos graves?
-Hay que reforzarlo. Se ha venido deteriorando en los últimos años por las crisis, y no sólo en el gobierno de Macri. Nos debemos preparar a través de dos vías. La primera es tener muchas camas hoteleras para mantener aislados a los sospechosos, personas que no estén enfermas o tengan una sintomatología muy baja, y seguir su evolución clínica. Si uno tiene cien personas en un hotel, con un médico y una enfermera por turno, y mucho personal de limpieza, se puede manejar bien. Sería para gente que no necesita estar internada en un hospital. Y la segunda vía es tener buenos sistemas de terapia intensiva y monitoreo para quienes sí lo necesitan. Ahí hay que reforzar bastante. Lo primero es un tema de organización, y veo que se está llevando a la práctica.
-¿Se están haciendo suficientes diagnósticos de COVD-19?
-No. Hacen falta más. Sé que este fin de semana se incorporan entre 30 y 35 lugares nuevos además del Malbrán. Hasta ahora se demoraba un poco la respuesta. Para algunas provincias se tardaban dos, tres o cuatro días. Eso hay que mejorarlo. Siempre que se diagnostica a más personas hay un gran beneficio. Porque a medida que se conocen los casos positivos, se testea a quienes han tenido contacto con ellos, y así se hace un círculo cada vez más grande y se garantiza el aislamiento y el seguimiento. Esta enfermedad mata al 0,6 de todos los infectados, que no son sólo los casos comprobados. Por eso es importante hacer diagnósticos. Hay distintos tipos de test. La finalidad de los test en base a PCR -que son los que se hacen actualmente en Argentina-, y los rápidos, son distintas. El PCR toma una parte del genoma del virus, lo amplifica y permite verlo. Se observa si la persona tiene el virus en su cuerpo o no. El test rápido mide si hay anticuerpos. Esto puede ocurrir porque alguien está enfermo o porque desarrolló inmunidad. El de PCR es mucho más caro, como mínimo seis veces más que uno rápido, y necesita el kit, una máquina, gente que lo sepa interpretar. El rápido es como un test de embarazo. Se pone una gotita de sangre y da el resultado. Algunos incluso tienen un re confirmatorio.
-Hay de todo: buenos, regulares y malos. Hay que comprar los buenos. Pero sirve para hacer grandes estudios poblacionales. Con la demora que hay para recibir los resultados del PCR, si hubiera un test que diera un indicador de que una persona que tiene síntomas, además presenta anticuerpos para el COVID-19, tendríamos una presunción bastante seria que esa persona debería ser seguida como un infectado. No estaría mal, sería un complemento del PCR.
-¿Hay algún medicamento que en este momento sea efectivo contra el coronavirus COVID-19?
-No. Pero hay buenos indicios. Los que hicieron los primeros trabajos en esto fueron los investigadores chinos, que empezaron hace diez años durante la pandemia de SARS-2. Cuando se produjo esta nueva epidemia, ellos ya tenían cierta experiencia y, siendo el COVID-19 parecido al SARS-2, repitieron criterios de esa época. Lo que hoy concita el interés es un antimalárico, el antiviral llamado hidroxicloroquina, combinado con un antibiótico, la azitromicina.
-Un virus, para hacer daño, debe replicarse y propagarse en una célula. La hidroxicloroquina parece indicar que le dificulta al virus la replicación viral intracelular. Cambia el ph del citoplasma, que es la parte interior de una célula, y ese ph no es atractivo para que el COVID-19 se replique. Le produce malas condiciones ambientales, y al no replicarse, no ocupa la célula y se va muriendo.
-¿Y para qué se usa la azitromicina?
-A la hidroxicloroquina la asocian con este antibiótico, que es muy usado en vías respiratorias. Cuando una persona se infecta y el virus crece en sus células pulmonares, se van destruyendo las células infectadas, entonces aparecen bacterias oportunistas que producen una infección bacteriana. Es decir que el uso de la hidroxicloroquina genera este efecto adverso que la azitromicina “corrige”. La azitromicina actúa como antibacteriano y ataca esas infecciones. Hoy este protocolo está aceptado en todos lados, y es oficial. Y si bien no hay estudios randomizados, doble ciego, con un número enorme de pacientes, sí hay uno que lleva adelante la Organización Mundial de la Salud llamado Solidarity, que se hace en diez países incluida la Argentina, y está recogiendo datos para tener una información más científica sobre la efectividad de esta asociación.
–Que el resultado es muy bueno. Si esto se confirma sería muy interesante.
-¿La hidroxicloroquina se puede indicar a todo el mundo? ¿No tiene efectos secundarios graves en enfermos cardíacos?
-Todos los medicamentos tienen efectos secundarios. Todos. Ahora bien, se están usando dosis un poco más bajas que las aplicadas en malaria o lupus. Puede tener un efecto secundario sobre el corazón, pero con un buen seguimiento no le veo mucha dificultad. Si esto se verifica, tiene muchos más beneficios que costos. Para una persona que está en terapia intensiva, anestesiado, con respirador, sacarlo de esa situación y tenerlo controlado con un electrocardiograma, es un resultado extraordinario. No hay que dramatizar en este caso los efectos secundarios. Incluso algunos, con más audacia, plantean usar la hidroxicloroquina en estadíos muchos más tempranos, cuando se diagnostica, y no sólo, como ahora, en pacientes moderados y graves. Tiene lógica, porque se evitaría la replicación del virus antes que invada más células y se generalice la infección.
-¿Es el único medicamento que se está probando?
-No. Hay muchos estudios clínicos en todo el mundo. Incluso en la Argentina. Son hipótesis que existen y se usan en pacientes. La Universidad de Minnesota está usando hipotensores, otros prueban con antivirales que se usaron para el tratamiento del sida, un anticuerpo monoclonal que se diseñó para la artritis reumatoidea, el interferón, productos oncológicos como el bevacizumab. En la medida que la ciencia comprende mejor los mecanismos del virus y las causas por las que las personas se infectan, entonces permite deducir qué podría ser efectivo.
-¿La hidroxicloroquina se vende en la Argentina?
-Sí, hay como cinco o seis laboratorios que la venden.
-¿Y se puede producir acá?
-Eso hay que dividirlo en dos partes. Una cosa es producir el principio activo (API, en inglés: Active Pharmaceutical Ingredient) de la hidroxicloroquina, es decir la materia prima, y otra hacer las tabletas. Para lo segundo en la Argentina no hay problema, se hace sin inconvenientes, hasta el blister y la cajita. Lo que sucede en la producción del principio activo es que hasta que apareció el Covid-19 el consumo era menor, y entonces ahora hay desabastecimiento. Originalmente había dos fabricantes del API, uno en India y otro en China. Pero la demanda mundial creció tanto que no se encuentra el principio activo. El precio pasó de 100 dólares el kilo a 700 dólares el kilo. Hay un programa, incentivado principalmente por la OMS, que invita a muchas plantas químicas para producir la hidroxicloroquina. Se considera que, si el estudio que se hace demuestra efectividad, la necesidad será seis o siete veces mayor que la producción mundial actual. Nuestra planta en España trabaja desde hace dos semanas en desarrollar la síntesis de la hidroxicloroquina. Hace 25 años producíamos un medicamento similar para la malaria, la amodiaquina, para la compañía Parke Davis, que ya no existe. Tiene una síntesis bastante parecida, y lo hemos retomado.
-¿Cuál es la materia prima de ese principio activo?
-Es una síntesis de química orgánica. Hoy somos muchas las compañías que fabricamos API y que estamos intentando producirla. Yo soy optimista, creo que en cuatro o cinco meses habrá muchas compañías que harán hidroxicloroquina. Luego, hacer las tabletas es una cosa sencilla y simple que pueden llevar adelante centenares de laboratorios.
-¿Ese principio activo se puede hacer acá?
-Sí. Nosotros tenemos una planta química en nuestro país, que se llama Maprimed, que está participando, junto con nuestro grupo en España e Italia, en el desarrollo de la síntesis. Estamos viendo que, si cada uno puede desarrollar una parte de la molécula, lo haremos más rápidamente.
-¿Para esos cuatro meses que tardaría en producirse masivamente, Argentina tiene suficiente hidroxicloroquina?
-Sí. No va a faltar. El gobierno compró, tiene stock y recibió una donación de la compañía francesa Sanofi. Hay hidroxicloroquina en la Argentina para fabricar entre 120 y 140 mil tratamientos. La gente va a estar protegida. Es una suerte que el Ministerio de Salud haya tenido esa previsión y hubo una buena colaboración de la industria farmacéutica argentina, que compró hidroxicloroquina cuando aún se conseguía, y hoy tenemos en el país un buen stock. Y la azitromicina tampoco va a faltar, porque es un producto que fabrican muchísimos laboratorios de nuestro país. En ese sentido, Argentina está muy bien.
-¿Es más urgente el medicamento que la vacuna?
-No. Si tuviéramos una vacuna sería extraordinario. Va a tardar un tiempo, sobre todo para que llegue masivamente a la Argentina. Con suerte, el plazo será de seis meses a un año y medio hasta que la vacuna esté lista. Como sucedió con la Gripe A, cuando esté lista va a estar disponible inicialmente en China, o el país en donde se produzca primero, y luego imagino llegará a los países centrales. Mientras tanto hay que tratar a los enfermos, y hay que buscar medicamentos como la hidroxicloroquina y otros. Lo ideal, de todos modos, es que la enfermedad no se produzca, y es lo que previene la vacunación, aunque las vacunas no son cien por ciento efectivas. Los medicamentos siempre van a ser necesarios.
-¿Quienes están más cerca?
-Hasta donde yo se, dos compañías. Una norteamericana llamada Moderna, que tiene un acuerdo con el National Institute of Health, institución científica del gobierno estadounidense con un presupuesto anual de 40 mil millones de dólares. También está muy avanzado un proyecto del ejército chino. Pero hay como veinte otros proyectos de distintos países.
-¿Hay solidaridad entre los investigadores o cada uno juega su partido?
-Veo mucha solidaridad. Algo que no se destaca lo suficiente es la generosidad inicial que tuvieron los científicos chinos. En enero, ya habían descrito el genoma del virus, lo publicaron y lo pusieron a disposición de la comunidad internacional. Y un mes después, describieron el receptor celular del virus. Fue muy importante, porque para que el virus entre el la célula necesita una llave, que es ese receptor. Ellos no lo escondieron, lo publicaron en la revista Science, y eso permitió hacer los diagnósticos y trabajar en las vacunas. Se compartió mucha información, que hizo posible acelerar los tratamientos. Por supuesto hay secretos, pero hubo intercambio.
-Si esta pandemia deja una enseñanza, es la importancia de tener una industria nacional fuerte, ¿verdad?
-Yo creo que esta pandemia va a revalorizar muchas cosas. En primer lugar el sistema público de asistencia y salud y su coordinación con el sector privado; la protección que debe tener cualquier ciudadano que debe ser atendido en caso que se enferme; el rol de la OMS, que muchos critican, pero que en estas circunstancias ordenó bajo ciertas normas a todos los países y lo hizo muy bien. Y como decías, tener una industria nacional fuerte, porque los países que no la tienen, en este momento sufren. Efectivamente, la situación justifica tener una industria de producción de principios activos más importante que la que hoy tenemos. En el pasado, Argentina tuvo un rol extraordinario en la producción de medicamentos. En organoterapia, que son medicamentos producidos a partir de órganos de animales, éramos importantes, en insulina también, exportábamos penicilina a los Estados Unidos y muchos otros países. Pero esta situación pendular de la economía argentina la destruyó. Queda poco conocimiento, aunque bastante en el sector de la biología. Hay una gran oportunidad ahí. A la luz de esta experiencia, es una industria estratégica.
“Soy médico en primer lugar”, enfatiza Hugo Sigman (75), además dueño del grupo farmacéutico Insud y productor de cine. Está, lo sabe, dentro del grupo de riesgo si se llegara a infectar con el coronavirus Covid-19, que ya mató a 30846 personas. Llegó hace 20 días desde España y, como todo aquel que viene del exterior, debió hacer cuarentena. Pero por un decreto del presidente Alberto Fernández firmado nueve días atrás, su aislamiento se prolongara. Buen momento para ver películas, su hobbie favorito. Pero también -home office mediante-, pensar en cómo la industria farmacéutica puede ayudar a sanar a los enfermos por la pandemia.
“Así es, mi cuarentena será un poquito más larga que para la mayoría -arranca en el teléfono-. Pero vine de Madrid, y la verdad es que podría estar enfermo allá, en una terapia intensiva. Uno tiene que valorar la suerte en estas circunstancias, porque esta enfermedad le puede tocar a cualquiera. No hay clases sociales ni circunstancias personales. Hay que agradecer que uno está bien.
-Seguro. Porque viajar en un avión, hoy, rodeado de gente, es como una ruleta rusa.
-Absolutamente. El porcentaje de gente que se infectó en los viajes no fue menor. A medida que pasaba el tiempo después del viaje me repetía: “un día menos, un día menos…”, hasta que llegó el día 14 y dijimos con mi esposa: “que suerte, es improbable que nos toque”
-Como médico y dueño de laboratorios, ¿cuándo se dio cuenta de que el coronavirus era algo serio?
-Cuando estuve en España. Ahí caí en la cuenta. Recordé la Guerra de Malvinas. En ese momento vivía en Barcelona, y escuchaba algunos amigos decir que era un trámite sencillo, que duraría poco tiempo, y me daba cuenta de que no se comprendía dónde nos habíamos metido. En este caso, esa incomprensión fue breve. Enseguida se entendió la gravedad de esta enfermedad, que es muy infectiva, que contagia mucho, y sobre todo en las personas de mi edad, que tienen más riesgo de enfermarse severamente y morirse. En los mayores de 70 años, la estadística es una muerte cada cinco o seis enfermos. Muy alta. Con esta enfermedad, además, hubo una confusión muy grande: había muchos más infectados que enfermos. Pero también contagiaban.
-Exacto. Personas que no se daban cuenta porque no tenían síntomas. Algunos tuvieron pérdida de olfato o gusto transitorio, no mucho tiempo. No fueron irresponsables, no sabían que estaban infectados. Entonces caminaban, iban al trabajo, se reunían con familiares, amigos, iban a espectáculos deportivos masivos. Se calcula que cada uno contagió a 2,4 personas. Y estos, a su vez, a 2,4 personas cada uno. Ese crecimiento exponencial de infectados se hizo incontrolable. Ese período donde hubo muchos infectados no enfermos, entre 14 y 40 veces más que los casos confirmados, confundió a muchos científicos.
-Los expertos medían si había circulación comunitaria o no. Es decir, cuando alguien se enferma sin estar en contacto con otro enfermo. En esos casos no se encuentra el origen del contagio. Eso los engañó. Al no haber circulación comunitaria, el Estado español no recomendaba suspender espectáculos masivos, ni las clases, y era el momento en que la cuarentena hubiera sido más efectiva. El 8 de marzo se hizo la marcha del Día Internacional de la Mujer en España. Y dos días después se jugó el partido Atlético de Madrid-Liverpool en Inglaterra. Cuando se jugó el partido Valencia-Atalanta en España se hizo a puertas cerradas, pero vinieron cinco mil italianos y pusieron una pantalla fuera del estadio. Todo eso descontroló a la epidemia. Ahí empecé a alarmarme y a hablar con colegas en España y la Argentina sobre la gravedad de la situación. Ya no era una gripe, la gente no está inmunizada contra el COVID-19. La población está desprotegida. Cuando los españoles se dieron cuenta, se les hizo muy difícil el control y se produjo un colapso sanitario impresionante.
-Alemania no tiene la misma cantidad de muertos que Italia o España. ¿Cuánto influye tener un sistema de salud preparado?
-La verdad es que no conozco a fondo el caso alemán. Algunos dicen que tienen más camas y equipos de terapia intensiva por habitante. Por eso creo que la Argentina está atravesando la situación con cierta ventaja. Tenemos la experiencia de lo que vivieron en otros países. Y podemos encontrarnos, cuando la etapa más grave de la crisis se produzca, un poquito mejor preparados. Veo mucha solidaridad, muchas acciones como incorporar más camas y equipamiento. Transformar una cama común en una cama de terapia intensiva cuesta más o menos 30 mil dólares. Hay que ver si somos capaces de conseguir, tanto localmente como por vía de la importación, la cantidad de equipos necesarios. Hasta ahora, la curva en la Argentina viene bastante bien.
-¿Le parecieron correctas y sobre todo, a tiempo, las medidas que tomó el gobierno?
-Sí, las tres medidas fundamentales: cerrar fronteras, suspender las escuelas y la cuarentena obligatoria. En mi opinión, la cuarentena es inevitable en el cien por ciento de los países. Pero se puede implementar de un modo planificado y ordenado, cuando todavía la situación no es crítica. O por obligación cuando todo se desborda. Nuestro país está en el primer grupo, por eso probablemente vamos a tener menos enfermos y menos muertos, porque con estas medidas se consigue aplanar la curva y el sistema de salud no colapsa. En Argentina los casos de infectados aumentaron nueve veces, en cambio en Brasil aumentaron 15. España e Italia tuvieron que hacer la cuarentena a las desesperadas.
-A mucha gente le cuesta acatarla.
-Si. Lamentablemente, solo cuando se empiezan a contar los muertos la gente toma conciencia y la acepta. Dentro de los límites, la fuerza pública y el gobierno está actuando bien. No vi en muchos lugares del mundo las sanciones que hay acá para quienes no hacen cuarentena. La gran mayoría de la sociedad no reaccionó mal, y eso que no es fácil cumplir una cuarentena tan estricta. Y, repito, veo muchas acciones solidarias. Yo sé que muchos ven que tengo una mirada demasiado optimista, pero así lo considero.
-¿Hay algún “modelo” de cuarentena?
-En muchos países se hizo bien recién cuando la situación se tornó dramática. Claro, hay otros, como Israel, donde la disciplina social de por sí es muy alta. También China, Corea del Sur… Todos ellos tenían un seguimiento de sus habitantes con distintas aplicaciones de celulares que permitían identificar y aislar a los infectados. En China, cuando alguien subía al subte, debía dejar nombre, teléfono y dirección. Si alguien de ese vagón se enfermaba, llamaban al resto para que se aislen.
-¿Entonces cree que nuestro sistema de salud puede soportar el pico de enfermos graves?
-Hay que reforzarlo. Se ha venido deteriorando en los últimos años por las crisis, y no sólo en el gobierno de Macri. Nos debemos preparar a través de dos vías. La primera es tener muchas camas hoteleras para mantener aislados a los sospechosos, personas que no estén enfermas o tengan una sintomatología muy baja, y seguir su evolución clínica. Si uno tiene cien personas en un hotel, con un médico y una enfermera por turno, y mucho personal de limpieza, se puede manejar bien. Sería para gente que no necesita estar internada en un hospital. Y la segunda vía es tener buenos sistemas de terapia intensiva y monitoreo para quienes sí lo necesitan. Ahí hay que reforzar bastante. Lo primero es un tema de organización, y veo que se está llevando a la práctica.
-¿Se están haciendo suficientes diagnósticos de COVD-19?
-No. Hacen falta más. Sé que este fin de semana se incorporan entre 30 y 35 lugares nuevos además del Malbrán. Hasta ahora se demoraba un poco la respuesta. Para algunas provincias se tardaban dos, tres o cuatro días. Eso hay que mejorarlo. Siempre que se diagnostica a más personas hay un gran beneficio. Porque a medida que se conocen los casos positivos, se testea a quienes han tenido contacto con ellos, y así se hace un círculo cada vez más grande y se garantiza el aislamiento y el seguimiento. Esta enfermedad mata al 0,6 de todos los infectados, que no son sólo los casos comprobados. Por eso es importante hacer diagnósticos. Hay distintos tipos de test. La finalidad de los test en base a PCR -que son los que se hacen actualmente en Argentina-, y los rápidos, son distintas. El PCR toma una parte del genoma del virus, lo amplifica y permite verlo. Se observa si la persona tiene el virus en su cuerpo o no. El test rápido mide si hay anticuerpos. Esto puede ocurrir porque alguien está enfermo o porque desarrolló inmunidad. El de PCR es mucho más caro, como mínimo seis veces más que uno rápido, y necesita el kit, una máquina, gente que lo sepa interpretar. El rápido es como un test de embarazo. Se pone una gotita de sangre y da el resultado. Algunos incluso tienen un re confirmatorio.
-Hay de todo: buenos, regulares y malos. Hay que comprar los buenos. Pero sirve para hacer grandes estudios poblacionales. Con la demora que hay para recibir los resultados del PCR, si hubiera un test que diera un indicador de que una persona que tiene síntomas, además presenta anticuerpos para el COVID-19, tendríamos una presunción bastante seria que esa persona debería ser seguida como un infectado. No estaría mal, sería un complemento del PCR.
-¿Hay algún medicamento que en este momento sea efectivo contra el coronavirus COVID-19?
-No. Pero hay buenos indicios. Los que hicieron los primeros trabajos en esto fueron los investigadores chinos, que empezaron hace diez años durante la pandemia de SARS-2. Cuando se produjo esta nueva epidemia, ellos ya tenían cierta experiencia y, siendo el COVID-19 parecido al SARS-2, repitieron criterios de esa época. Lo que hoy concita el interés es un antimalárico, el antiviral llamado hidroxicloroquina, combinado con un antibiótico, la azitromicina.
-Un virus, para hacer daño, debe replicarse y propagarse en una célula. La hidroxicloroquina parece indicar que le dificulta al virus la replicación viral intracelular. Cambia el ph del citoplasma, que es la parte interior de una célula, y ese ph no es atractivo para que el COVID-19 se replique. Le produce malas condiciones ambientales, y al no replicarse, no ocupa la célula y se va muriendo.
-¿Y para qué se usa la azitromicina?
-A la hidroxicloroquina la asocian con este antibiótico, que es muy usado en vías respiratorias. Cuando una persona se infecta y el virus crece en sus células pulmonares, se van destruyendo las células infectadas, entonces aparecen bacterias oportunistas que producen una infección bacteriana. Es decir que el uso de la hidroxicloroquina genera este efecto adverso que la azitromicina “corrige”. La azitromicina actúa como antibacteriano y ataca esas infecciones. Hoy este protocolo está aceptado en todos lados, y es oficial. Y si bien no hay estudios randomizados, doble ciego, con un número enorme de pacientes, sí hay uno que lleva adelante la Organización Mundial de la Salud llamado Solidarity, que se hace en diez países incluida la Argentina, y está recogiendo datos para tener una información más científica sobre la efectividad de esta asociación.
–Que el resultado es muy bueno. Si esto se confirma sería muy interesante.
-¿La hidroxicloroquina se puede indicar a todo el mundo? ¿No tiene efectos secundarios graves en enfermos cardíacos?
-Todos los medicamentos tienen efectos secundarios. Todos. Ahora bien, se están usando dosis un poco más bajas que las aplicadas en malaria o lupus. Puede tener un efecto secundario sobre el corazón, pero con un buen seguimiento no le veo mucha dificultad. Si esto se verifica, tiene muchos más beneficios que costos. Para una persona que está en terapia intensiva, anestesiado, con respirador, sacarlo de esa situación y tenerlo controlado con un electrocardiograma, es un resultado extraordinario. No hay que dramatizar en este caso los efectos secundarios. Incluso algunos, con más audacia, plantean usar la hidroxicloroquina en estadíos muchos más tempranos, cuando se diagnostica, y no sólo, como ahora, en pacientes moderados y graves. Tiene lógica, porque se evitaría la replicación del virus antes que invada más células y se generalice la infección.
-¿Es el único medicamento que se está probando?
-No. Hay muchos estudios clínicos en todo el mundo. Incluso en la Argentina. Son hipótesis que existen y se usan en pacientes. La Universidad de Minnesota está usando hipotensores, otros prueban con antivirales que se usaron para el tratamiento del sida, un anticuerpo monoclonal que se diseñó para la artritis reumatoidea, el interferón, productos oncológicos como el bevacizumab. En la medida que la ciencia comprende mejor los mecanismos del virus y las causas por las que las personas se infectan, entonces permite deducir qué podría ser efectivo.
-¿La hidroxicloroquina se vende en la Argentina?
-Sí, hay como cinco o seis laboratorios que la venden.
-¿Y se puede producir acá?
-Eso hay que dividirlo en dos partes. Una cosa es producir el principio activo (API, en inglés: Active Pharmaceutical Ingredient) de la hidroxicloroquina, es decir la materia prima, y otra hacer las tabletas. Para lo segundo en la Argentina no hay problema, se hace sin inconvenientes, hasta el blister y la cajita. Lo que sucede en la producción del principio activo es que hasta que apareció el Covid-19 el consumo era menor, y entonces ahora hay desabastecimiento. Originalmente había dos fabricantes del API, uno en India y otro en China. Pero la demanda mundial creció tanto que no se encuentra el principio activo. El precio pasó de 100 dólares el kilo a 700 dólares el kilo. Hay un programa, incentivado principalmente por la OMS, que invita a muchas plantas químicas para producir la hidroxicloroquina. Se considera que, si el estudio que se hace demuestra efectividad, la necesidad será seis o siete veces mayor que la producción mundial actual. Nuestra planta en España trabaja desde hace dos semanas en desarrollar la síntesis de la hidroxicloroquina. Hace 25 años producíamos un medicamento similar para la malaria, la amodiaquina, para la compañía Parke Davis, que ya no existe. Tiene una síntesis bastante parecida, y lo hemos retomado.
-¿Cuál es la materia prima de ese principio activo?
-Es una síntesis de química orgánica. Hoy somos muchas las compañías que fabricamos API y que estamos intentando producirla. Yo soy optimista, creo que en cuatro o cinco meses habrá muchas compañías que harán hidroxicloroquina. Luego, hacer las tabletas es una cosa sencilla y simple que pueden llevar adelante centenares de laboratorios.
-¿Ese principio activo se puede hacer acá?
-Sí. Nosotros tenemos una planta química en nuestro país, que se llama Maprimed, que está participando, junto con nuestro grupo en España e Italia, en el desarrollo de la síntesis. Estamos viendo que, si cada uno puede desarrollar una parte de la molécula, lo haremos más rápidamente.
-¿Para esos cuatro meses que tardaría en producirse masivamente, Argentina tiene suficiente hidroxicloroquina?
-Sí. No va a faltar. El gobierno compró, tiene stock y recibió una donación de la compañía francesa Sanofi. Hay hidroxicloroquina en la Argentina para fabricar entre 120 y 140 mil tratamientos. La gente va a estar protegida. Es una suerte que el Ministerio de Salud haya tenido esa previsión y hubo una buena colaboración de la industria farmacéutica argentina, que compró hidroxicloroquina cuando aún se conseguía, y hoy tenemos en el país un buen stock. Y la azitromicina tampoco va a faltar, porque es un producto que fabrican muchísimos laboratorios de nuestro país. En ese sentido, Argentina está muy bien.
-¿Es más urgente el medicamento que la vacuna?
-No. Si tuviéramos una vacuna sería extraordinario. Va a tardar un tiempo, sobre todo para que llegue masivamente a la Argentina. Con suerte, el plazo será de seis meses a un año y medio hasta que la vacuna esté lista. Como sucedió con la Gripe A, cuando esté lista va a estar disponible inicialmente en China, o el país en donde se produzca primero, y luego imagino llegará a los países centrales. Mientras tanto hay que tratar a los enfermos, y hay que buscar medicamentos como la hidroxicloroquina y otros. Lo ideal, de todos modos, es que la enfermedad no se produzca, y es lo que previene la vacunación, aunque las vacunas no son cien por ciento efectivas. Los medicamentos siempre van a ser necesarios.
-¿Quienes están más cerca?
-Hasta donde yo se, dos compañías. Una norteamericana llamada Moderna, que tiene un acuerdo con el National Institute of Health, institución científica del gobierno estadounidense con un presupuesto anual de 40 mil millones de dólares. También está muy avanzado un proyecto del ejército chino. Pero hay como veinte otros proyectos de distintos países.
-¿Hay solidaridad entre los investigadores o cada uno juega su partido?
-Veo mucha solidaridad. Algo que no se destaca lo suficiente es la generosidad inicial que tuvieron los científicos chinos. En enero, ya habían descrito el genoma del virus, lo publicaron y lo pusieron a disposición de la comunidad internacional. Y un mes después, describieron el receptor celular del virus. Fue muy importante, porque para que el virus entre el la célula necesita una llave, que es ese receptor. Ellos no lo escondieron, lo publicaron en la revista Science, y eso permitió hacer los diagnósticos y trabajar en las vacunas. Se compartió mucha información, que hizo posible acelerar los tratamientos. Por supuesto hay secretos, pero hubo intercambio.
-Si esta pandemia deja una enseñanza, es la importancia de tener una industria nacional fuerte, ¿verdad?
-Yo creo que esta pandemia va a revalorizar muchas cosas. En primer lugar el sistema público de asistencia y salud y su coordinación con el sector privado; la protección que debe tener cualquier ciudadano que debe ser atendido en caso que se enferme; el rol de la OMS, que muchos critican, pero que en estas circunstancias ordenó bajo ciertas normas a todos los países y lo hizo muy bien. Y como decías, tener una industria nacional fuerte, porque los países que no la tienen, en este momento sufren. Efectivamente, la situación justifica tener una industria de producción de principios activos más importante que la que hoy tenemos. En el pasado, Argentina tuvo un rol extraordinario en la producción de medicamentos. En organoterapia, que son medicamentos producidos a partir de órganos de animales, éramos importantes, en insulina también, exportábamos penicilina a los Estados Unidos y muchos otros países. Pero esta situación pendular de la economía argentina la destruyó. Queda poco conocimiento, aunque bastante en el sector de la biología. Hay una gran oportunidad ahí. A la luz de esta experiencia, es una industria estratégica.
Fuente HUGO SIGMAN