Los recuerdos forman olas en el cerebro que finalmente rompen contra la región que procesa las emociones, donde se graban con una intensidad que depende de la fuerza del oleaje. Así recordamos toda la vida el primer beso o un trauma infantil: ahora podremos reforzarlos en la memoria o borrarlos para siempre.
Cada recuerdo tiene una contraseña que es la emoción asociada a una experiencia. Esta contraseña nos permite recordar episodios importantes de nuestra vida, ya sean momentos felices o traumáticos.
La emoción es por tanto el recurso de la mente para recuperar recuerdos cruciales, que son los que constituyen la base de nuestra personalidad, los que nos han conducido a ser quienes somos hoy realmente. Borges decía al respecto: somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Lo que para la ciencia nunca ha estado muy claro es cómo ocurre en el cerebro este proceso que nos convierte en nuestra memoria, pero una nueva investigación de la Universidad de Columbia (NY) lo ha descubierto: ha encontrado nuevos enlaces entre la memoria y la emoción que explican el mecanismo cerebral que conforma nuestra personalidad, ese montón de espejos rotos.
Cada vez que recordamos algo importante que ha ocurrido en nuestra vida, un grupo de neuronas del hipocampo, el centro de la memoria en el cerebro, reacciona como las olas del océano: sincroniza su actividad para comunicarse con la amígdala, el tejido cerebral que produce, reconoce y regula las emociones. La fuerza con la que esas olas de memoria rompen en la amígdala determina la duración en el tiempo del recuerdo asociado.
Los investigadores han podido determinar también que la fuerza de los recuerdos depende particularmente de las neuronas que se suman a la ola que lleva el recuerdo al centro emocional del cerebro: se convierten en nodos conectados entre sí que forman su propia red.
Piedra al agua
Si queremos imaginar el proceso que permite recordar el momento más feliz de nuestra vida podemos compararlo con lo que ocurre cuando arrojamos una piedra al agua. La piedra es el recuerdo en bruto de una experiencia: cuando cae al agua, genera unas pequeñas olas relativas al episodio que acabamos de vivir.
Esas pequeñas olas corresponden al recuerdo inicial, sin efectos añadidos. Sin embargo, inmediatamente se generan unas olas adicionales que son las que desencadenan las emociones implicadas.
Esas olas emocionales se desplazan a través del cerebro hasta llegar a la amígdala, donde rompen y se produce el archivo del recuerdo y su correspondiente emoción. La experiencia fluye a través del cerebro para reclutar más neuronas que se sumen a la ola y aumentar así la fuerza de la memoria.
Los investigadores señalan que ese proceso de almacenamiento de recuerdos importantes crea una vía cerebral que conecta las neuronas de la memoria del hipocampo con las neuronas de la amígdala, que es la que graba el impacto emocional de los recuerdos y los hace más consistentes: así no olvidamos nunca el día de nuestra boda, el nacimiento de nuestro primer hijo o el primer beso.
El descubrimiento es importante porque, al conocer el patrón de actividad cerebral que forma las olas de recuerdos y la consolidación de la memoria, podemos hipotéticamente intervenir en el proceso y evitar, por ejemplo que recuerdos traumáticos nos amarguen la vida para siempre. También podríamos reforzar recuerdos felices y aumentar la satisfacción de la experiencia vivida.
Experimentos de laboratorio
Todos estos resultados se han obtenido mediante ratones de laboratorio y una emoción considerada negativa o traumática, como es el miedo.
Los investigadores explican en un comunicado que el miedo no es solo un sentimiento momentáneo, sino una experiencia de aprendizaje fundamental para nuestra supervivencia. Cuando una nueva situación nos da miedo, el cerebro registra los detalles en nuestras neuronas para ayudarnos a evitar situaciones similares en el futuro o tener la precaución adecuada.
El experimento se desarrolló situando a ratones en entornos nuevos y aterradores con la finalidad de observar los procesos cerebrales y emocionales asociados a la experiencia, tanto en el momento de vivirla como al día siguiente, cuando los ratones intentaron recuperar recuerdos de la experiencia.
Así pudieron observar que las neuronas que responden al entorno aterrador envían esa información al centro emocional del cerebro. Y que el proceso se repite cuando el ratón recupera la memoria de esa experiencia traumática.
Nuevos tratamientos
“Vimos que es la sincronía lo que es fundamental para establecer la memoria del miedo, y cuanto mayor es la sincronía, más fuerte es la memoria”, señala Jessica Jiménez, una de las investigadoras. Y añade: «Estos son los tipos de mecanismos que explican por qué recordamos eventos destacados».
Aún se desconoce cómo y cuándo ocurre la sincronización, pero la respuesta podría revelar el funcionamiento interno del cerebro que crea recuerdos para toda la vida y permitirá nuevos tratamientos para el trastorno de estrés postraumático, según los investigadores.
“En las personas con trastornos por estrés postraumático (TEPT), muchos eventos similares les recuerdan la situación aterradora original”, dice el autor principal René Hen. Y añade: “es posible que la sincronización de sus neuronas se haya vuelto demasiado fuerte. Realmente estamos tratando de profundizar en los mecanismos de cómo se forman los recuerdos emocionales para encontrar mejores tratamientos para las personas con TEPT y trastornos de la memoria en general».
Cada recuerdo tiene una contraseña que es la emoción asociada a una experiencia. Esta contraseña nos permite recordar episodios importantes de nuestra vida, ya sean momentos felices o traumáticos.
La emoción es por tanto el recurso de la mente para recuperar recuerdos cruciales, que son los que constituyen la base de nuestra personalidad, los que nos han conducido a ser quienes somos hoy realmente. Borges decía al respecto: somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Lo que para la ciencia nunca ha estado muy claro es cómo ocurre en el cerebro este proceso que nos convierte en nuestra memoria, pero una nueva investigación de la Universidad de Columbia (NY) lo ha descubierto: ha encontrado nuevos enlaces entre la memoria y la emoción que explican el mecanismo cerebral que conforma nuestra personalidad, ese montón de espejos rotos.
Cada vez que recordamos algo importante que ha ocurrido en nuestra vida, un grupo de neuronas del hipocampo, el centro de la memoria en el cerebro, reacciona como las olas del océano: sincroniza su actividad para comunicarse con la amígdala, el tejido cerebral que produce, reconoce y regula las emociones. La fuerza con la que esas olas de memoria rompen en la amígdala determina la duración en el tiempo del recuerdo asociado.
Los investigadores han podido determinar también que la fuerza de los recuerdos depende particularmente de las neuronas que se suman a la ola que lleva el recuerdo al centro emocional del cerebro: se convierten en nodos conectados entre sí que forman su propia red.
Piedra al agua
Si queremos imaginar el proceso que permite recordar el momento más feliz de nuestra vida podemos compararlo con lo que ocurre cuando arrojamos una piedra al agua. La piedra es el recuerdo en bruto de una experiencia: cuando cae al agua, genera unas pequeñas olas relativas al episodio que acabamos de vivir.
Esas pequeñas olas corresponden al recuerdo inicial, sin efectos añadidos. Sin embargo, inmediatamente se generan unas olas adicionales que son las que desencadenan las emociones implicadas.
Esas olas emocionales se desplazan a través del cerebro hasta llegar a la amígdala, donde rompen y se produce el archivo del recuerdo y su correspondiente emoción. La experiencia fluye a través del cerebro para reclutar más neuronas que se sumen a la ola y aumentar así la fuerza de la memoria.
Los investigadores señalan que ese proceso de almacenamiento de recuerdos importantes crea una vía cerebral que conecta las neuronas de la memoria del hipocampo con las neuronas de la amígdala, que es la que graba el impacto emocional de los recuerdos y los hace más consistentes: así no olvidamos nunca el día de nuestra boda, el nacimiento de nuestro primer hijo o el primer beso.
El descubrimiento es importante porque, al conocer el patrón de actividad cerebral que forma las olas de recuerdos y la consolidación de la memoria, podemos hipotéticamente intervenir en el proceso y evitar, por ejemplo que recuerdos traumáticos nos amarguen la vida para siempre. También podríamos reforzar recuerdos felices y aumentar la satisfacción de la experiencia vivida.
Experimentos de laboratorio
Todos estos resultados se han obtenido mediante ratones de laboratorio y una emoción considerada negativa o traumática, como es el miedo.
Los investigadores explican en un comunicado que el miedo no es solo un sentimiento momentáneo, sino una experiencia de aprendizaje fundamental para nuestra supervivencia. Cuando una nueva situación nos da miedo, el cerebro registra los detalles en nuestras neuronas para ayudarnos a evitar situaciones similares en el futuro o tener la precaución adecuada.
El experimento se desarrolló situando a ratones en entornos nuevos y aterradores con la finalidad de observar los procesos cerebrales y emocionales asociados a la experiencia, tanto en el momento de vivirla como al día siguiente, cuando los ratones intentaron recuperar recuerdos de la experiencia.
Así pudieron observar que las neuronas que responden al entorno aterrador envían esa información al centro emocional del cerebro. Y que el proceso se repite cuando el ratón recupera la memoria de esa experiencia traumática.
Nuevos tratamientos
“Vimos que es la sincronía lo que es fundamental para establecer la memoria del miedo, y cuanto mayor es la sincronía, más fuerte es la memoria”, señala Jessica Jiménez, una de las investigadoras. Y añade: «Estos son los tipos de mecanismos que explican por qué recordamos eventos destacados».
Aún se desconoce cómo y cuándo ocurre la sincronización, pero la respuesta podría revelar el funcionamiento interno del cerebro que crea recuerdos para toda la vida y permitirá nuevos tratamientos para el trastorno de estrés postraumático, según los investigadores.
“En las personas con trastornos por estrés postraumático (TEPT), muchos eventos similares les recuerdan la situación aterradora original”, dice el autor principal René Hen. Y añade: “es posible que la sincronización de sus neuronas se haya vuelto demasiado fuerte. Realmente estamos tratando de profundizar en los mecanismos de cómo se forman los recuerdos emocionales para encontrar mejores tratamientos para las personas con TEPT y trastornos de la memoria en general».
Fuente TENDENCIAS 21