La consciencia no dependería del cerebro

El cerebro no sería la base de la consciencia, sino un filtro que nos aísla de percepciones anómalas. Ese filtro se rompe en momentos críticos y genera las experiencias cercanas a la muerte, según el nuevo libro del científico Bruce Greyson.

Aunque la ciencia ya ha explicado que no hay nada paranormal en las experiencias cercanas a la muerte (ECM), un nuevo libro escrito por un autorizado científico plantea la hipótesis de que la consciencia no dependería del cerebro.

Se trata de Bruce Greyson, doctor en Medicina (MD) y profesor de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, considerado el padre de la investigación sobre las ECM, para quien la relación entre cerebro y consciencia todavía no ha sido totalmente clarificada.

Las experiencias cercanas a la muerte ocurren cuando determinadas personas, generalmente en momentos críticos de su vida, informan de una variedad de síntomas anímicos y físicos, como sensaciones extracorporales, alucinaciones, pensamientos acelerados y distorsión del tiempo.

Frecuentes y coincidentes

Según una investigación realizada en 2019, que analizó a más de mil participantes de 35 países con experiencias de este tipo, estos episodios afectan a alrededor del 10 por ciento de la población.

La mayoría de ellas (87%) hablan de una percepción anormal del tiempo, y otras señalan haber percibido una velocidad excepcional del pensamiento (el 65 por ciento).

Un tercer grupo coincide en experimentar sentidos excepcionalmente vívidos (el 63 por ciento) y un cuarto grupo la sensación de sentirse separado de su cuerpo o fuera de él (53 por ciento).

Otro dato relevante aportado por este estudio indica que estas experiencias no son exclusivas de personas que viven situaciones potencialmente mortales, como ataques cardiacos o accidentes graves. Pueden experimentarse también en otras circunstancias.

Más reales que la experiencia

En 2011, una investigación realizada en la Universidad de Cambridge concluyó que, contrariamente a la creencia popular, las experiencias cercanas a la muerte son la manifestación de una función cerebral normal que ha salido mal durante un evento traumático.

Otra investigación realizada en 2017 en la Universidad de Virginia, que consultó a 122 personas que habían experimentado ECM, descubrió que los recuerdos de esas vivencias eran mucho más potentes que cualquier experiencia vivida o que cualquier producto de la imaginación.

Para las neurociencias, sin embargo, cualquier ECM es un fenómeno subjetivo, una especie de sueño lúcido, resultante de una «integración corporal multisensorial perturbada» que ocurre durante eventos que amenazan a la vida.

Otra visión

Esta explicación, que resume bien lo que las neurociencias han podido establecer sobre las ECM, no cierra sin embargo otras posibles interpretaciones de estos episodios, que siguen sin ser satisfactorias para algunos científicos.

Es el caso del Bruce Greyson: en un nuevo libro (After) describe una serie de episodios documentados que, según explica, no cuadran con esta interpretación consensuada.

Señala que las neurociencias consideran que la consciencia es el resultado de una función cerebral, algo que está contrastado científicamente.

Añade, sin embargo, que las ECM sugieren que la consciencia y el cerebro pueden disociarse en circunstancias extremas, de tal forma que la mente (entendida como consciencia) puede seguir funcionando cuando el cerebro parece paralizado.

Algo no cuadra

Explica que no todas las ECM son propias de personas en situación crítica, sino que se producen también por efectos psicodélicos y por alteraciones del sueño REM: en ambos casos pueden inducir alucinaciones parecidas (no idénticas) a las ECM.

Sin embargo, Greyson añade que lo que muestran los estudios cerebrales realizados durante estas experiencias paralelas a las ECM, es que se produce una disminución de la actividad cerebral, y no un aumento de la dinámica neuronal, tal como podría suponerse.

Otro dato que aporta Greyson se refiere a personas con cerebros devastados por enfermedades neurológicas, que momentáneamente recuperan su capacidad cognitiva sin que hasta ahora pueda explicarse ese brote de lucidez con un cerebro no operativo.

Explicaciones alternativas

Este vacío es lo que ha propiciado la formulación de hipótesis alternativas al consenso sobre la relación que existe entre el cerebro y la consciencia.

Greyson cree que el cerebro, en vez de generar consciencia, sería más bien una especie de filtro que delimita la posibilidad de percibir cosas ajenas a los sentidos ordinarios.

En determinados momentos críticos, ese filtro podría romperse y mostrar a la consciencia cosas que en circunstancias normales permanecerían ocultas a nuestra percepción.

Perdura el misterio

Por supuesto, lo que plantea Greyson tampoco es concluyente: reconoce que lo único que genera el cerebro es ambigüedad e incertidumbre y que, seguramente, estamos muy lejos de descubrir los secretos que todavía nos oculta.

Greyson, después de 50 años de investigaciones, admite que no sabe qué causa las ECM, pero descarta que sean originadas por una caída en los niveles de oxígeno, de la actividad eléctrica en el cerebro o que sean el resultado de los medicamentos que se administran a los pacientes.

Y concluye: creo que la evidencia apunta abrumadoramente a que el cuerpo físico no es todo lo que somos. Parece haber algo que puede continuar después de que el cuerpo muere. No sé qué pensar.

¿Esperanza real?

Hace ahora un año, el profesor de filosofía en la Universidad de California, John Martin Fischer, publicó un artículo en The New York Times en el que analiza el estado de la cuestión sobre las ECM y señala que la mayoría representan un viaje hacia un reino imaginario, pero no un paso exitoso hacia él.

Ocurre lo mismo que con la fuente de la eterna juventud, de la que venimos hablando desde tiempos de Herodoto (siglo IV a. C), pero a la que nunca hemos llegado. En las ECM llegamos directamente al borde del universo, pero nos detenemos antes de atravesarlo, señala Fischer.

Y concluye: las ECM no muestran que haya otra vida, pero son importantes porque nos recuerdan la posibilidad de morir bien. Nos señalan algo profundo y hermoso sobre la muerte. Nos dan una esperanza real, no una falsa esperanza, para afrontar la siguiente parte de nuestro viaje, sea lo que sea lo que nos depare.

La filosofía coincide en este punto con lo que desde la ciencia sugiere Greyson.




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