Hay muchas especies invasoras: el visón americano, el cangrejo rojo, el eucalipto... cuando se habla de ellas, surge la pregunta de si nosotros, los seres humanos, formamos o no parte de esa categoría.
Tal y como se define en ecología, una especie exótica invasora es aquella que ha sido transportada por la mano humana más allá de su región nativa atravesando barreras que no podría atravesar de forma natural —a esto es a lo que llamamos en ecología exótica—. Después, esa especie ha sido liberada a los nuevos ecosistemas, donde sobrevive y se reproduce con éxito, y que tras formar poblaciones estables —lo que denominamos naturalización—, se dispersa rápida y masivamente más allá de donde ha sido introducida, generando con frecuencia impactos allá donde se instala. A esto le llamamos invasión. Cuando se habla de especies invasoras, algunos ejemplos llegan de forma automática a la mente: el visón americano, el cangrejo rojo de río, el lucio, la tortuga de florida, el eucalipto… pero con frecuencia surge la pregunta: ¿Es el ser humano una especie exótica invasora?
Cuando hablamos de invasiones refiriéndonos a la especie humana, Cristobal Colón, Gengis Khan o Napoleón son invocados por nuestra memoria. Pero en este caso nos estamos refiriendo al aspecto ecológico de las invasiones biológicas, y dejamos al margen otras definiciones del término invasión, de corte bélico, económico o sociopolítico. Haciendo referencia a esta definición ecológica de invasión, algunos ecologistas llegan a la misantropía más visceral, y afirman de manera rotunda que sí, sin entrar en matices ni en posibles excepciones. Hay también personas que niegan con rotundidad esa idea, como niegan muchas otras. Pero, al margen de ideologías, la cuestión de si el ser humano es o no una especie invasora puede contestarse desde el estudio de nuestra propia ecología e historia natural, como podríamos hacer con el mapache o con el jacinto de agua.
Ninguna especie es invasora en todas partes, ni lo es siempre. Las invasiones biológicas son sucesos que están enmarcados en un lugar y un tiempo determinado. Una población humana residente en el África subsahariana, con una forma de vida ligada a los entornos naturales, como podrían ser los Himba, los Surma o los Masái, no podemos decir que sea exótica en términos ecológicos, y mucho menos, invasora. De hecho, durante las primeras decenas de milenios de nuestra existencia como especie, no llegamos a salir de África.
Cualquier población humana que resida fuera del continente africano, región nativa de la humanidad, sería por tanto una población exótica en el sentido ecológico. Al fin y al cabo, la primera especie que el ser humano transportó fuera de su hábitat natural fue al propio ser humano. Sin embargo, que sean exóticas no las hace invasoras. Durante varios milenios más, los movimientos humanos fueron lentos y graduales, más similares al proceso de colonización que las especies realizan de forma natural, que a una verdadera invasión biológica, rápida y masiva. Muchas poblaciones humanas aún existentes hoy en día, como los Mentawai de Indonesia o los Awá de Brasil, son, en términos ecológicos, exóticas pero no invasoras.
Pero sí que ha habido poblaciones humanas de carácter invasor. La capacidad de transportar grandes cantidades de personas en poco tiempo a través de grandes barreras como pueden ser cadenas montañosas, mares u océanos, establecerse y conquistar nuevas tierras en pocas décadas es algo que se ha ido acentuando en los últimos siglos, y recientemente de forma mucho más masiva. El ser humano ha invadido grandes extensiones de territorio y ha extinguido a un número elevado de especies. Tendemos a transformar los ecosistemas en los que nos instalamos para adaptarlos a nuestras necesidades, generando impactos mucho más allá de los lugares que ocupamos. Esos comportamientos son definitorios de algunas especies invasoras. Y en nuestro caso, llegamos a causar daños tan masivos que tienen repercusiones a escala planetaria.
Cuando encontramos una especie invasora que está causando impactos, una forma de actuar es tratar de mitigar dichos impactos. En general, el protocolo pasa por tratar de controlar a la especie invasora. También es cierto que, al estudiar las especies invasoras, el ser humano queda excluido de esa categoría. Tal vez sea por esa sensación que tiene el ser humano de estar por encima del resto de las especies, como si fuese una entidad ajena a los ecosistemas. Aunque parece que esa tendencia comienza a cambiar y empieza a haber estudios que integran a Homo sapiens como variable en los estudios ecológicos.
Quizá el ser humano, como animal consciente de sus actos y sabiendo cuáles son sus consecuencias, debería responsabilizarse de los impactos que causa y tratar de mitigarlos de alguna forma.
Quizá deberíamos plantearnos como especie dejar de causar más y más daños con el fin de acumular beneficios, que no siempre son necesarios, y que generalmente son solo para unos pocos.
Quizá deberíamos mirar arriba, y asumir que un crecimiento económico infinito no es viable.
Tal y como se define en ecología, una especie exótica invasora es aquella que ha sido transportada por la mano humana más allá de su región nativa atravesando barreras que no podría atravesar de forma natural —a esto es a lo que llamamos en ecología exótica—. Después, esa especie ha sido liberada a los nuevos ecosistemas, donde sobrevive y se reproduce con éxito, y que tras formar poblaciones estables —lo que denominamos naturalización—, se dispersa rápida y masivamente más allá de donde ha sido introducida, generando con frecuencia impactos allá donde se instala. A esto le llamamos invasión. Cuando se habla de especies invasoras, algunos ejemplos llegan de forma automática a la mente: el visón americano, el cangrejo rojo de río, el lucio, la tortuga de florida, el eucalipto… pero con frecuencia surge la pregunta: ¿Es el ser humano una especie exótica invasora?
Cuando hablamos de invasiones refiriéndonos a la especie humana, Cristobal Colón, Gengis Khan o Napoleón son invocados por nuestra memoria. Pero en este caso nos estamos refiriendo al aspecto ecológico de las invasiones biológicas, y dejamos al margen otras definiciones del término invasión, de corte bélico, económico o sociopolítico. Haciendo referencia a esta definición ecológica de invasión, algunos ecologistas llegan a la misantropía más visceral, y afirman de manera rotunda que sí, sin entrar en matices ni en posibles excepciones. Hay también personas que niegan con rotundidad esa idea, como niegan muchas otras. Pero, al margen de ideologías, la cuestión de si el ser humano es o no una especie invasora puede contestarse desde el estudio de nuestra propia ecología e historia natural, como podríamos hacer con el mapache o con el jacinto de agua.
Ninguna especie es invasora en todas partes, ni lo es siempre. Las invasiones biológicas son sucesos que están enmarcados en un lugar y un tiempo determinado. Una población humana residente en el África subsahariana, con una forma de vida ligada a los entornos naturales, como podrían ser los Himba, los Surma o los Masái, no podemos decir que sea exótica en términos ecológicos, y mucho menos, invasora. De hecho, durante las primeras decenas de milenios de nuestra existencia como especie, no llegamos a salir de África.
Cualquier población humana que resida fuera del continente africano, región nativa de la humanidad, sería por tanto una población exótica en el sentido ecológico. Al fin y al cabo, la primera especie que el ser humano transportó fuera de su hábitat natural fue al propio ser humano. Sin embargo, que sean exóticas no las hace invasoras. Durante varios milenios más, los movimientos humanos fueron lentos y graduales, más similares al proceso de colonización que las especies realizan de forma natural, que a una verdadera invasión biológica, rápida y masiva. Muchas poblaciones humanas aún existentes hoy en día, como los Mentawai de Indonesia o los Awá de Brasil, son, en términos ecológicos, exóticas pero no invasoras.
Pero sí que ha habido poblaciones humanas de carácter invasor. La capacidad de transportar grandes cantidades de personas en poco tiempo a través de grandes barreras como pueden ser cadenas montañosas, mares u océanos, establecerse y conquistar nuevas tierras en pocas décadas es algo que se ha ido acentuando en los últimos siglos, y recientemente de forma mucho más masiva. El ser humano ha invadido grandes extensiones de territorio y ha extinguido a un número elevado de especies. Tendemos a transformar los ecosistemas en los que nos instalamos para adaptarlos a nuestras necesidades, generando impactos mucho más allá de los lugares que ocupamos. Esos comportamientos son definitorios de algunas especies invasoras. Y en nuestro caso, llegamos a causar daños tan masivos que tienen repercusiones a escala planetaria.
Cuando encontramos una especie invasora que está causando impactos, una forma de actuar es tratar de mitigar dichos impactos. En general, el protocolo pasa por tratar de controlar a la especie invasora. También es cierto que, al estudiar las especies invasoras, el ser humano queda excluido de esa categoría. Tal vez sea por esa sensación que tiene el ser humano de estar por encima del resto de las especies, como si fuese una entidad ajena a los ecosistemas. Aunque parece que esa tendencia comienza a cambiar y empieza a haber estudios que integran a Homo sapiens como variable en los estudios ecológicos.
Quizá el ser humano, como animal consciente de sus actos y sabiendo cuáles son sus consecuencias, debería responsabilizarse de los impactos que causa y tratar de mitigarlos de alguna forma.
Quizá deberíamos plantearnos como especie dejar de causar más y más daños con el fin de acumular beneficios, que no siempre son necesarios, y que generalmente son solo para unos pocos.
Quizá deberíamos mirar arriba, y asumir que un crecimiento económico infinito no es viable.
Fuente MUY INTERESANTE
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Humanidad