Vivimos en una burbuja de sensaciones que nos aísla de otras especies con capacidades sensoriales diferentes
Cada especie animal, incluida la humana, está encerrada en una burbuja sensorial única que le induce a percibir el entorno como una pequeña porción de la realidad. Imaginar el mundo como lo perciben los animales abre una nueva apreciación de las maravillas cotidianas de la naturaleza.
En las últimas décadas, la investigación sobre la forma en que los animales perciben el mundo se ha disparado y el periodista científico británico, ganador del Premio Pulitzer, Ed Yong, resume en un nuevo libro los últimos descubrimientos científicos en biología sensorial.
Explica que la Tierra está repleta de imágenes y texturas, sonidos y vibraciones, olores y sabores, campos eléctricos y magnéticos. Pero que cada tipo de animal, incluidos los humanos, está encerrado dentro de su propia burbuja sensorial única, percibiendo solo una pequeña porción de nuestro inmenso mundo.
Descubre escarabajos que se sienten atraídos por el fuego, tortugas que pueden rastrear los campos magnéticos de la Tierra, peces que llenan los ríos con mensajes eléctricos e incluso humanos que gestionan un sonar como lo hacen los murciélagos.
Nueva visión del entorno
Tal como explica al respecto Yong en una entrevista con la revista Nature, para entender el inmenso mundo sensorial de los animales hay que partir de una nueva visión del entorno (umwelt en alemán), un término que, en palabras del zoólogo alemán Jakob von Uexküll, en este contexto, se refiere al entorno sensorial de un animal: el mundo perceptivo en el que ese animal habita.
El matiz es importante porque cada especie tiene su propio conjunto de imágenes, olores, sonidos y texturas que puede percibir: pueden ser muy diferentes de lo que puede percibir otra criatura, destaca Yong.
Uexküll pone como ejemplo la garrapata, un invertebrado chupador de sangre, que es sensible al calor de un cuerpo humano, al tacto del pelo sobre la piel, al olor del ácido butírico que podría revelar la presencia de un humano.
La mayoría de las demás cosas que podemos sentir, como la luz y el color, no forman parte del umwelt de la garrapata, destaca Uexküll, por lo que, de la misma forma, hay muchas otras cosas que no son parte del umwelt humano que otros animales pueden sentir, como campos eléctricos, los campos magnéticos, la luz ultravioleta, etc.
Pequeña porción de realidad
El concepto de umwelt indica cómo todo lo que percibimos, aunque se sienta como todo lo que hay que percibir, es de hecho solo una pequeña porción de la plenitud de la realidad, destaca Yong, añadiendo que el umwelt de cada especie se adapta a sus necesidades particulares.
Ese umwelt es tan expansivo y limitado como corresponde a cada criatura, explica, por lo que es erróneo suponer que los animales sienten el mundo de la misma manera que lo hacemos los humanos: eso es una forma de antropomorfismo que perdura en la cultura actual y que coloca a los humanos en un ilusorio pedestal por encima de otras criaturas.
Un ejemplo de esta diferencia es que la mayoría de los animales pueden ver el color ultravioleta, pero nosotros somos la excepción animal de esa capacidad.
Para nosotros no es solo otro color, sino un color que no podemos ver, por lo que es imposible comprender realmente la experiencia subjetiva de otra criatura que pueda percibir el ultravioleta.
Viaje al abismo de nuestra soledad
Añade que su libro es un viaje a ese abismo que separa nuestra experiencia subjetiva, nuestra percepción del umwelt, de la de otros animales: expone los límites de nuestro conocimiento del mundo animal porque, sencillamente, no podemos llegar a saber cómo viven su experiencia sensorial: no tenemos referencias equivalentes en nuestro sistema nervioso.
Pone dos ejemplos: hay muchas especies de peces que generan sus propios campos eléctricos para sentir su entorno. “Hemos cartografiado el circuito que les permite producir y pasar esos campos eléctricos con un detalle insoportable, pero la cuestión es, ¿cómo siente eso el pez? No lo sabemos”.
Otro ejemplo: las ballenas gigantes, como las ballenas azules, hacen llamadas infrasónicas muy profundas, y esas llamadas pueden viajar casi a lo largo de todo un océano. “Pero, ¿pueden las ballenas oírse entre sí en esas largas distancias? Quizás. ¿Pueden comunicarse?” se pregunta Yong.
La imaginación como recurso
Lo mismo podría decirse de la ecolocalización de los murciélagos o de la magnetorrecepción de aves y tortugas, que sigue siendo uno de los mayores misterios de la biología sensorial.
Concluye que la gran verdad es podemos estar compartiendo el mismo espacio físico con otros animales y tener al mismo tiempo una experiencia sensorial radicalmente diferente de ese mismo espacio.
Pero Yong añade algo significativo que puede resumir la tesis de su libro: imaginar el mundo como lo perciben los animales abre una nueva apreciación de las maravillas cotidianas de la naturaleza.
“Creo que, si entendemos que la naturaleza está en todas partes, puedo emprender una aventura simplemente pensando en el mundo sensorial del gorrión que se sienta frente a mi casa. Entonces creo que la naturaleza se siente como algo cercano a mí, cercano a mi corazón y cercano a mi vida. Y siento que, si ese es el caso, la gente estará más motivada para tratar de protegerlo”, concluye Yong en declaraciones a NPR.
Cada especie animal, incluida la humana, está encerrada en una burbuja sensorial única que le induce a percibir el entorno como una pequeña porción de la realidad. Imaginar el mundo como lo perciben los animales abre una nueva apreciación de las maravillas cotidianas de la naturaleza.
En las últimas décadas, la investigación sobre la forma en que los animales perciben el mundo se ha disparado y el periodista científico británico, ganador del Premio Pulitzer, Ed Yong, resume en un nuevo libro los últimos descubrimientos científicos en biología sensorial.
Explica que la Tierra está repleta de imágenes y texturas, sonidos y vibraciones, olores y sabores, campos eléctricos y magnéticos. Pero que cada tipo de animal, incluidos los humanos, está encerrado dentro de su propia burbuja sensorial única, percibiendo solo una pequeña porción de nuestro inmenso mundo.
Descubre escarabajos que se sienten atraídos por el fuego, tortugas que pueden rastrear los campos magnéticos de la Tierra, peces que llenan los ríos con mensajes eléctricos e incluso humanos que gestionan un sonar como lo hacen los murciélagos.
Maravillas sensoriales
También que la cara escamosa de un cocodrilo es tan sensible como las yemas de los dedos de un amante, que los ojos de un calamar gigante evolucionaron para ver ballenas centelleantes, que las plantas vibran con los cantos inaudibles de los insectos cortejando, y que incluso que unos moluscos como las vieiras simples tienen una visión compleja.
Describe en su libro qué ven las abejas en las flores, qué escuchan los pájaros cantores en sus melodías y qué huelen los perros en la calle.
Y descubre que, incluso antes de que los embriones de ranas arborícolas hayan nacido de sus huevos, pueden distinguir entre vibraciones inofensivas y peligrosas. Una vez que escuchan las bajas frecuencias de las serpientes que atacan, los embriones liberan enzimas en sus caras que descomponen los huevos: así los renacuajos pueden escapar.
Ed Yong con su libro sobre la sensibilidad en el reino animal. Foto publicada por el autor en su cuenta de Twitter.
También que la cara escamosa de un cocodrilo es tan sensible como las yemas de los dedos de un amante, que los ojos de un calamar gigante evolucionaron para ver ballenas centelleantes, que las plantas vibran con los cantos inaudibles de los insectos cortejando, y que incluso que unos moluscos como las vieiras simples tienen una visión compleja.
Describe en su libro qué ven las abejas en las flores, qué escuchan los pájaros cantores en sus melodías y qué huelen los perros en la calle.
Y descubre que, incluso antes de que los embriones de ranas arborícolas hayan nacido de sus huevos, pueden distinguir entre vibraciones inofensivas y peligrosas. Una vez que escuchan las bajas frecuencias de las serpientes que atacan, los embriones liberan enzimas en sus caras que descomponen los huevos: así los renacuajos pueden escapar.
Ed Yong con su libro sobre la sensibilidad en el reino animal. Foto publicada por el autor en su cuenta de Twitter.
Nueva visión del entorno
Tal como explica al respecto Yong en una entrevista con la revista Nature, para entender el inmenso mundo sensorial de los animales hay que partir de una nueva visión del entorno (umwelt en alemán), un término que, en palabras del zoólogo alemán Jakob von Uexküll, en este contexto, se refiere al entorno sensorial de un animal: el mundo perceptivo en el que ese animal habita.
El matiz es importante porque cada especie tiene su propio conjunto de imágenes, olores, sonidos y texturas que puede percibir: pueden ser muy diferentes de lo que puede percibir otra criatura, destaca Yong.
Uexküll pone como ejemplo la garrapata, un invertebrado chupador de sangre, que es sensible al calor de un cuerpo humano, al tacto del pelo sobre la piel, al olor del ácido butírico que podría revelar la presencia de un humano.
La mayoría de las demás cosas que podemos sentir, como la luz y el color, no forman parte del umwelt de la garrapata, destaca Uexküll, por lo que, de la misma forma, hay muchas otras cosas que no son parte del umwelt humano que otros animales pueden sentir, como campos eléctricos, los campos magnéticos, la luz ultravioleta, etc.
Pequeña porción de realidad
El concepto de umwelt indica cómo todo lo que percibimos, aunque se sienta como todo lo que hay que percibir, es de hecho solo una pequeña porción de la plenitud de la realidad, destaca Yong, añadiendo que el umwelt de cada especie se adapta a sus necesidades particulares.
Ese umwelt es tan expansivo y limitado como corresponde a cada criatura, explica, por lo que es erróneo suponer que los animales sienten el mundo de la misma manera que lo hacemos los humanos: eso es una forma de antropomorfismo que perdura en la cultura actual y que coloca a los humanos en un ilusorio pedestal por encima de otras criaturas.
Un ejemplo de esta diferencia es que la mayoría de los animales pueden ver el color ultravioleta, pero nosotros somos la excepción animal de esa capacidad.
Para nosotros no es solo otro color, sino un color que no podemos ver, por lo que es imposible comprender realmente la experiencia subjetiva de otra criatura que pueda percibir el ultravioleta.
Viaje al abismo de nuestra soledad
Añade que su libro es un viaje a ese abismo que separa nuestra experiencia subjetiva, nuestra percepción del umwelt, de la de otros animales: expone los límites de nuestro conocimiento del mundo animal porque, sencillamente, no podemos llegar a saber cómo viven su experiencia sensorial: no tenemos referencias equivalentes en nuestro sistema nervioso.
Pone dos ejemplos: hay muchas especies de peces que generan sus propios campos eléctricos para sentir su entorno. “Hemos cartografiado el circuito que les permite producir y pasar esos campos eléctricos con un detalle insoportable, pero la cuestión es, ¿cómo siente eso el pez? No lo sabemos”.
Otro ejemplo: las ballenas gigantes, como las ballenas azules, hacen llamadas infrasónicas muy profundas, y esas llamadas pueden viajar casi a lo largo de todo un océano. “Pero, ¿pueden las ballenas oírse entre sí en esas largas distancias? Quizás. ¿Pueden comunicarse?” se pregunta Yong.
La imaginación como recurso
Lo mismo podría decirse de la ecolocalización de los murciélagos o de la magnetorrecepción de aves y tortugas, que sigue siendo uno de los mayores misterios de la biología sensorial.
Concluye que la gran verdad es podemos estar compartiendo el mismo espacio físico con otros animales y tener al mismo tiempo una experiencia sensorial radicalmente diferente de ese mismo espacio.
Pero Yong añade algo significativo que puede resumir la tesis de su libro: imaginar el mundo como lo perciben los animales abre una nueva apreciación de las maravillas cotidianas de la naturaleza.
“Creo que, si entendemos que la naturaleza está en todas partes, puedo emprender una aventura simplemente pensando en el mundo sensorial del gorrión que se sienta frente a mi casa. Entonces creo que la naturaleza se siente como algo cercano a mí, cercano a mi corazón y cercano a mi vida. Y siento que, si ese es el caso, la gente estará más motivada para tratar de protegerlo”, concluye Yong en declaraciones a NPR.
Fuente LEVANTE