Conquista del cerebro: la nueva frontera científica del siglo XXI

La posibilidad de llegar a hackear la mente como se hace con una computadora enciende una alarma sobre la relación entre la inteligencia artificial y los avances en neurobiología

PARÍS.- Más importante que la instalación de una estación espacial permanente en la Luna o la exploración de Marte, el gran desafío científico del hombre en el siglo XXI será la conquista del cerebro humano.

Esa aventura, comparable en cierto modo a la revolución provocada por el descubrimiento de América o las exploraciones de Vasco da Gama, abre un horizonte infinito de perspectivas en materia de salud, pero también plantea enormes interrogantes éticos y políticos.

Como ocurría en la época de las exploraciones marítimas de los siglos XV y XVI, las grandes potencias tampoco se lanzaron a esta aventura por amor a la ciencia. Detrás de la "carrera cerebral", término inspirado en la "carrera espacial", están en juego enormes intereses científicos, comerciales y políticos que son tributarios del nivel que alcance el conocimiento, que es -en definitiva- la principal fuente de poder.

Desde 2013, agencias gubernamentales y laboratorios privados de Estados Unidos, Europa, China, Rusia y Japón movilizaron unos 20.000 millones de dólares para financiar la investigación más importante emprendida en la historia de la ciencia a fin de descubrir el potencial casi infinito que encierra ese continente misterioso. No será fácil descifrar los enigmas que propone la maquinaria orgánica más compleja y sofisticada de la creación.

Después de tratar de simular el funcionamiento del cerebro humano, los investigadores prefieren ahora explotar los recursos que ofrece la combinación de las ciencias de la información y la neurología.

El interés de la ciencia se concentra ahora en el Brain Activity Map (Mapa de la Actividad Cerebral), réplica del programa multidisciplinario Genoma Humano, que permitió identificar y cartografiar los 20.000 a 25.000 genes del genoma humano desde un punto de vista físico y funcional. El BAM, que será uno de los grandes proyectos científicos de las próximas décadas, podría revolucionar el conocimiento sobre un amplio abanico de enfermedades físicas, cognitivas y emocionales, que van desde el autismo hasta la enfermedad de Parkinson.

Las patologías del cerebro afectan a "la mitad de la población mundial", dice Hugh Herr, profesor en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Pero solo reciben 2% del presupuesto de investigación biomédica (contra 20% para el cáncer). Esa situación, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), no permite satisfacer las apremiantes exigencias de la realidad. Entre las 10 patologías más inquietantes del siglo XXI, la OMS retiene cinco enfermedades psiquiátricas: esquizofrenia, trastorno bipolar, adicción, depresión y trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).

Las patologías cerebrales se convirtieron en un despiadado campo de batalla entre laboratorios farmacéuticos y neurobiólogos que trabajan en el desarrollo de nuevas neurotecnologías que, mediante el injerto de prótesis, ambicionan hacer caminar a los paralíticos, devolverles la vista a los ciegos o permitir que los sordos vuelvan a escuchar. La idea final consiste en identificar y desarrollar las partes de un sistema nervioso artificial susceptible de reemplazar el modelo biológico. Como no se trata de un milagro, primero hay que comprender el funcionamiento del esquema original e interpretar las señales que genera el cerebro para que los ingenieros puedan concebir las prótesis adecuadas.

"Todo eso necesitará años de investigación y mucho dinero", reconoce John Donoghue, profesor de la Universidad Brown, que trabaja en Ginebra en el Human Brain Project (proyecto europeo de cerebro humano).

Como ocurre desde el fondo de la historia, cada avance de la ciencia fomenta, por lo general, un riesgo político.

Neuralink, start-up creada por Elon Musk, experimenta el implante de una delgada membrana de inteligencia artificial sobre el córtex. A corto plazo, una versión 2.0 de los electrodos que se utilizan actualmente para ayudar a los enfermos de Parkinson podría aportar una ayuda crucial para tratar la epilepsia, la depresión y la mayoría de las enfermedades neurodegenerativas o psiquiátricas. Ese casco telepático, denominado neuro lace -término utilizado en las novelas de ciencia ficción de Iain Banks-, facilitaría a largo plazo las comunicaciones directas de cerebro a cerebro o el enlace con una computadora sin ningún contacto táctil ni instrucciones vocales.

Facebook trabaja a ritmo forzado para perfeccionar esas interfaces, conocidas como "cascos telepáticos". Asociados a la inteligencia artificial, esos minúsculos componentes electrónicos entrelazados con los 86.000 millones de neuronas del cerebro podrían revolucionar los métodos pedagógicos, la traducción intercerebral simultánea con una persona de otro idioma o la formación profesional en nuevas tecnologías u oficios.

Los científicos recién comienzan a comprender cómo funciona el mecanismo de aprendizaje y "archivado", pero avanzan a paso acelerado. Un equipo de las universidades de Leicester y de California -con el cual trabaja el argentino Rodrigo Qia Quiroga- logró detectar la actividad de las neuronas que intervienen en el proceso de memorización y las que están implicadas en el aprendizaje de nuevas asociaciones contextuales.

Penetrar en el cerebro humano, sin embargo, entraña riesgos supremos. Mark Zuckerberg, que no parece haber leído 1984, de George Orwell, prometió con cierta ingenuidad que Facebook pedirá el consentimiento previo del "propietario" antes de leer su cerebro. ¿Cuándo un régimen autoritario o una empresa privada como Cambridge Analytica pidieron autorización para manipular el comportamiento de los electores? A pesar de esas amenazas, la comunidad científica -salvo algunas excepciones- aún no lanzó una verdadera reflexión ética sobre los riesgos de manipulación que presentan las nuevas tecnologías, sobre todo cuando empiecen a generalizarse en la educación primaria.

Ni Hitler, ni Stalin ni ningún otro dirigente totalitario hubiesen dudado un instante en "implantar" el aprendizaje obligatorio de Mein Kampf, El libro rojo del presidente Mao o Giovinezza.

Bill Gates confesó recientemente su inquietud por la ausencia de reflexión política sobre las consecuencias de la fusión de la inteligencia artificial, la robótica y las neurociencias.

Los últimos progresos de la neurobiología en materia política fueron experimentados en diversas elecciones en Estados Unidos, El Salvador, Brasil, Costa Rica, Rusia, España y México. Ese programa de neuropolítica -que mide las ondas cerebrales, las expresiones faciales, la frecuencia cardíaca y los síntomas de excitación perceptibles a través de las modificaciones de la piel y la transpiración- permite anticipar el comportamiento de los votantes.

Algunos científicos se preguntan si esas investigaciones no conducen a la creación de un nuevo monstruo de Frankenstein. Un equipo del Instituto de Biotecnología Molecular de la Academia Austríaca de Ciencias utilizó células madre para crear un minicerebro del tamaño de un garbanzo con una estructura neuronal similar al cerebro de un embrión humano. Ese tipo de experiencias permite imaginar que, a muy largo plazo, será posible fabricar cerebros artificiales con un esquema mental prediseñado para implantar en cuerpos de cultivo y crear una clase de hombres "especiales".

Si a ese escenario se agrega el riesgo de la incursión cerebral -como hoy se hackea una computadora-, hay más de una razón para encender las luces rojas sobre los riesgos que presenta la asociación entre las nuevas tecnologías de la información, la inteligencia artificial y los avances previsibles en neurobiología.

Fuente LA NACION 



Artículo Anterior Artículo Siguiente