Aunque nació en un país sin poder militar, el médico costarricense Carlos Umaña sabe mucho sobre las armas nucleares que hay actualmente en el mundo. Y de los peligros, no solo de que sean usadas, sino de que sean activadas por accidente, error humano o hackeo.
De hecho, Umaña es uno de los grandes referentes en la lucha para eliminar los arsenales nucleares, un camino que para él pasa por estigmatizarlos y concientizar sobre el riesgo de la retórica actual.
"Jugar al más valiente con armas nucleares es algo increíblemente peligroso que nos tiene absolutamente a todo el mundo al borde de un precipicio", afirma.
Copresidente de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (que ganó el Premio Nobel de la Paz en1985), él mismo obtuvo ese galardón en 2017 junto a ICAN, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, a la que pertenece.
BBC Mundo habló con él en el contexto de su participación en el HAY Festival de Querétaro.
La invasión de Rusia a Ucrania ha reavivado los temores de una destrucción masiva, en un mundo cada vez más conectado y vulnerable. ¿Es la vez que más próximos hemos estado de una guerra nuclear?
Son varios los expertos que concuerdan con este análisis.
El hecho más famoso sería el Reloj del Apocalipsis del Boletín de Científicos Atómicos, que este año y debido a esta guerra está apuntando a menos 90 segundos de la medianoche, es decir, es el riesgo más alto de la historia.
Este es un reloj que mide el riesgo de una destrucción catastrófica en manos humanas y ha variado en la historia. Mientras más cerca de la medianoche, mayor el peligro.
En 1963, a consecuencia de la crisis de los misiles en Cuba, estuvo en menos 7 minutos. Luego en 1983 estuvo a menos 2 minutos, y al final de la Guerra Fría a menos 14 minutos.
En un momento en el que la retórica y las amenazas de uso de armas nucleares por parte de Rusia han hecho saltar todas las alarmas... ¿Cree que los líderes son conscientes de las consecuencias que tendría un conflicto nuclear?
Son conscientes, pero a la vez hay un juego al que están habituados.
Las consecuencias serían sin duda devastadoras para el mundo.
Se habla, por ejemplo, de una sola detonación de un arma nuclear como algo táctico o estratégico, como si una bomba fuera algo pequeño, pero en realidad no hay armas nucleares pequeñas.
Si un arma nuclear táctica de unos 100 kilotones -que sería de una potencia de unas cinco o seis bombas de Hiroshima-, detonara en una gran ciudad, tendría el potencial de aniquilar de forma inmediata a cientos de miles de personas y de dejar heridas a muchísimas más.
Y cuando hablamos de heridas, estamos hablando del síndrome de radiación aguda, que es una descomposición de los órganos y los sistemas vitales, uno de los padecimientos más dolorosos por los que puede pasar cualquier ser vivo.
¿Y si ocurriera más de una detonación?
Si hablamos de una guerra nuclear a gran escala, además de los decenas de millones de muertos y heridos, también se generarían muchísimo hollín y escombros que subirían a la estratosfera y bloquearían la luz solar.
Ese bloqueo provocaría a su vez una oscuridad y un descenso drástico y súbito de la temperatura en un promedio de unos 25 °C.
Esto es lo que se denomina el invierno nuclear.
De esta manera, lo que hubiese sobrevivido a la devastación y la radiación tendría que hacer frente a este frío extremo y a esta ausencia de la luz solar.
¿Cuál es el riesgo de que esto pase?
Ese es el gran meollo aquí.
Actualmente el riesgo de malas interpretaciones y malos cálculos es altísimo.
Hemos visto que solamente en Estados Unidos ha habido ya más de 1.000 accidentes con arsenales nucleares y hemos estado en seis ocasiones, que se sepa públicamente, al borde de una guerra nuclear a gran escala, no en época de guerra, sino en época entre comillas de paz.
¿Qué ocurre? Que de las 12.500 ojivas que tienen los arsenales nucleares mundiales hay aproximadamente unas 2.000 que están en estado de alerta máxima, es decir, están listas para ser detonadas en un lapso de unos 6 a 15 minutos.
Estos sistemas responden a quien da la orden de detonarlos, y dependen de sistemas de alerta máxima, que son vulnerables a ciberataques, a errores técnicos, a errores humanos y han confundido cosas banales como una nube de tormenta, una tormenta solar, una banda de gansos o un globo meteorológico, con una amenaza nuclear.
Las personas que están detrás de estos sistemas tienen que interpretar estas falsas alarmas como verdaderas o como falsas.
Esto quiere decir que en un contexto de guerra, donde hay amenazas nucleares explícitas, y donde se han cruzado ya varias líneas rojas, el riesgo de que se dé un mal cálculo o una mala interpretación es bastante más alto.
Entonces, ¿la guerra nuclear más probable no es una intencional, sino una accidental?
Sí, hay un componente accidental definitivamente bastante fuerte aquí y también tenemos que considerar otra cosa.
Cuando la gente habla de que la guerra nuclear es algo poco probable, porque ningún líder estaría tan loco, tenemos que tener en cuenta que estamos ante personas emocionales y todas las personas piensan de forma distinta cuando están ante una crisis.
De hecho, los simulacros que se han hecho con los tomadores de decisiones en estos entornos al final escalan la guerra, porque es lo que hay que hacer, porque es lo que manda el protocolo, es decir, si me atacan con armas nucleares, tengo que devolver el ataque con armas nucleares, y así sucesivamente.
Es la destrucción mutua asegurada. Es mejor que se destruya todo a que solo me destruyan a mí.
Ese es el pensamiento actual de los líderes y en el contexto de un accidente es muy peligroso.
La aceptación de un orden internacional en el que algunos países cuentan con armas de destrucción masiva mientras que están prohibidas para los demás es vista ya por muchos expertos como insostenible. ¿Cuán inestable es esta situación?
Hay una contradicción aquí, porque en los años 60, después de la Crisis de los Misiles en Cuba, se dieron dos tratados muy importantes: el de Tlatelolco, que se firmó en 1967 y entró en vigor en el 69, en virtud del cual toda Latinoamérica y el Caribe es una zona libre de armas nucleares.
Y el de No Proliferación de Armas Nucleares, que se negoció en el 69 y entró en vigor en 1970, que tiene tres pilares: el desarme nuclear, la no proliferación y el uso pacífico de la energía nuclear como derecho inalienable.
En ese momento, había cinco estados nucleares: Estados Unidos, la Unión Soviética, ahora Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, que se comprometían al desarme nuclear en un plazo de 25 años.
En el segundo punto los denominados no nucleares se comprometían a no adquirir armas nucleares, y el tercero era que todos los países tienen derecho a desarrollar energía nuclear.
Obviamente, el desarme no ocurrió en 1995, y la idea de que las armas nucleares son solo para unos cuantos envía el mensaje al resto de la comunidad internacional de que las armas nucleares son necesarias y dan privilegio, y debilita el régimen de no proliferación.
La no proliferación depende de progresos, de avances verdaderos en el desarme y es algo que los países nucleares, ahora nueve (se han sumado Pakistán, India, Israel y Corea del Norte) no están dispuestos a ceder.
Pero entonces, ¿cómo hacer frente a la oposición al TPAN, que es el primer acuerdo que impulsa una prohibición universal de las armas nucleares para absolutamente todos los países? ¿Cree que conseguirá su objetivo?
Este tratado trae algo nuevo: es una prohibición universal que lo que hace es fortalecer el sistema multilateral y estigmatizar las armas nucleares.
Tenemos que analizar el fenómeno de las armas nucleares, qué es lo que lo causa, qué es lo que hace que los países quieran tenerlas.
Se trata de ver su verdadera cara, porque las armas nucleares no son armas prácticas, están hechas para causar una destrucción masiva y matar a la mayor cantidad de civiles de una forma atroz.
No respetan fronteras y es prácticamente imposible detonar una bomba nuclear sin que alguien más detone otra en contra de uno. Entonces usarlas sería un acto suicida.
Los países que las tienen son conscientes de que no las pueden usar. El poder de las armas nucleares es en virtud de la amenaza de su uso, del poder simbólico que representa el ser un Estado nuclear. Es un símbolo de disuasión.
Este componente de estigmatización es un fenómeno que hemos visto con otras armas de destrucción masiva como las químicas, las biológicas, las minas terrestres y las municiones en racimo.
Hoy en día no hay ningún país que se jacte de ser una potencia química o de tener armas biológicas.
Esto es porque hay una normativa internacional fuerte y hay un clima mundial de condena moral que hace que esto sea un tabú.
¿Cuán lento puede ser ese proceso de estigmatización de las armas nucleares?
Depende de varios factores y es un poco difícil predecir. La prohibición es un cambio de paradigma.
Por un lado, la gente debe ser consciente de las consecuencias de las armas nucleares, y por otro lado, eso debe generar presión, activismo tanto de la calle, como a nivel político y diplomático.
Y eso requiere su tiempo.
Si todas las fichas van bien, digamos que en unos diez años se podría lograr una eliminación de las armas nucleares, aunque claro está que puede ser antes o después.
En este momento en el que estamos al borde del precipicio, lo más importante es alejarnos un poquito de él, e ir hacia atrás hasta lograr eliminarlas por completo.
Hasta que no lo hagamos no vamos a estar libres del virus: o acabamos con las armas nucleares o ellas terminan con nosotros.
Y en este momento de amenazas, ¿dónde queda el Manifiesto Russell-Einstein firmado en 1955, que entre otras cosas decía: “Apelamos, como seres humanos a seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto”? ¿Hemos olvidado nuestra humanidad?
Es complicado, porque no es una cuestión de la cultura humana en general.
Es un sistema en el que se prima la competencia de algunos miembros, una competencia que los hace miopes al progreso real y a las necesidades tanto de de su población como de toda la humanidad.
Si cambiamos de esquema mental, si pensamos en utilizar las herramientas que ahora tenemos de interconectividad para fomentar el diálogo, la cooperación, podemos llegar a ese diálogo de humanos con humanos.
Hay que dejar de pensar en los otros como algo diferente e inferior sobre los que tenemos que imperar, algo que a lo largo de la historia toma diferentes formas.
Por ejemplo, en la cultura popular se utilizan armas nucleares en las películas de Marvel para acabar con los alienígenas, que son feos, malos y quieren destruir a la humanidad, y la única forma es matándolos a todos.
En los años 40, los alienígenas eran los japoneses. Era una forma de justificar ese homicidio masivo que se hizo en Hiroshima y Nagasaki.
El sufrimiento de ellos no importaba porque todos eran copartícipes de las decisiones de su cúpula militar. Todos merecían que les cayera la bomba atómica porque también eran otros, eran malos, eran distintos.
Es el discurso de otredad que también se maneja en los regímenes totalitarios que justifican la guerra y que hacen que se estigmatice una población entera y que se justifique el ataque militar.
Hablando de Japón, la película sobre "Oppenheimer" ha rescatado la historia de este tipo de armamento. ¿Cómo ve su evolución desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora? ¿Cree que la humanidad no ha aprendido de sus errores?
Es muy interesante, porque hay que conocer la historia, pero la historia verdadera. Ha habido mucha tergiversación.
Cuando se dieron los ataques de Hirosima y Nagasaki se escondieron las consecuencias humanitarias de forma activa, por parte no solo del gobierno estadounidense, sino también del japonés.
A los hibakusha, que son los sobrevivientes de los ataques nucleares, se les censuraban las cartas, las fotografías, incluso el arte o hasta los poemas.
No querían que el mundo supiera lo que estaban sufriendo a causa de la radiación. Querían que se celebraran las armas nucleares sin ver el drama humano que causaban.
La crisis en la que ahora estamos es precisamente por la retórica que se ha manejado en torno a las armas nucleares, y a cómo mucha gente las ve como un mal necesario. Cómo se han entronizado dentro de las doctrinas de seguridad y es precisamente por ese mal manejo de la información.
Por eso, lo primero que tenemos que hacer es informar bien de cuáles son los riesgos.
Yo sí creo en la bondad inherente del ser humano, que es algo que se desaprende, según nuestro contexto cultural, y es algo que necesitamos fomentar.
Y dejar de someternos sin cuestionar a una violencia sistémica estructural patriarcal, a un sistema en el que se gobierna por imposición, donde el más fuerte es el que manda.
El error ha sido no buscar la cooperación, no buscar el entendimiento, creer que siempre tiene que haber alguien inferior a nosotros del que poder abusar o explotar.
Es algo que estamos haciendo tanto con los otros seres humanos como con otras especies o la misma naturaleza.
Debemos dejar de ignorar nuestra humanidad, nuestro impulso, y resaltar a parte de convivencia, la parte de la paz.
De hecho, Umaña es uno de los grandes referentes en la lucha para eliminar los arsenales nucleares, un camino que para él pasa por estigmatizarlos y concientizar sobre el riesgo de la retórica actual.
"Jugar al más valiente con armas nucleares es algo increíblemente peligroso que nos tiene absolutamente a todo el mundo al borde de un precipicio", afirma.
Copresidente de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (que ganó el Premio Nobel de la Paz en1985), él mismo obtuvo ese galardón en 2017 junto a ICAN, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, a la que pertenece.
BBC Mundo habló con él en el contexto de su participación en el HAY Festival de Querétaro.
La invasión de Rusia a Ucrania ha reavivado los temores de una destrucción masiva, en un mundo cada vez más conectado y vulnerable. ¿Es la vez que más próximos hemos estado de una guerra nuclear?
Son varios los expertos que concuerdan con este análisis.
El hecho más famoso sería el Reloj del Apocalipsis del Boletín de Científicos Atómicos, que este año y debido a esta guerra está apuntando a menos 90 segundos de la medianoche, es decir, es el riesgo más alto de la historia.
Este es un reloj que mide el riesgo de una destrucción catastrófica en manos humanas y ha variado en la historia. Mientras más cerca de la medianoche, mayor el peligro.
En 1963, a consecuencia de la crisis de los misiles en Cuba, estuvo en menos 7 minutos. Luego en 1983 estuvo a menos 2 minutos, y al final de la Guerra Fría a menos 14 minutos.
En un momento en el que la retórica y las amenazas de uso de armas nucleares por parte de Rusia han hecho saltar todas las alarmas... ¿Cree que los líderes son conscientes de las consecuencias que tendría un conflicto nuclear?
Son conscientes, pero a la vez hay un juego al que están habituados.
Las consecuencias serían sin duda devastadoras para el mundo.
Se habla, por ejemplo, de una sola detonación de un arma nuclear como algo táctico o estratégico, como si una bomba fuera algo pequeño, pero en realidad no hay armas nucleares pequeñas.
Si un arma nuclear táctica de unos 100 kilotones -que sería de una potencia de unas cinco o seis bombas de Hiroshima-, detonara en una gran ciudad, tendría el potencial de aniquilar de forma inmediata a cientos de miles de personas y de dejar heridas a muchísimas más.
Y cuando hablamos de heridas, estamos hablando del síndrome de radiación aguda, que es una descomposición de los órganos y los sistemas vitales, uno de los padecimientos más dolorosos por los que puede pasar cualquier ser vivo.
¿Y si ocurriera más de una detonación?
Si hablamos de una guerra nuclear a gran escala, además de los decenas de millones de muertos y heridos, también se generarían muchísimo hollín y escombros que subirían a la estratosfera y bloquearían la luz solar.
Ese bloqueo provocaría a su vez una oscuridad y un descenso drástico y súbito de la temperatura en un promedio de unos 25 °C.
Esto es lo que se denomina el invierno nuclear.
De esta manera, lo que hubiese sobrevivido a la devastación y la radiación tendría que hacer frente a este frío extremo y a esta ausencia de la luz solar.
¿Cuál es el riesgo de que esto pase?
Ese es el gran meollo aquí.
Actualmente el riesgo de malas interpretaciones y malos cálculos es altísimo.
Hemos visto que solamente en Estados Unidos ha habido ya más de 1.000 accidentes con arsenales nucleares y hemos estado en seis ocasiones, que se sepa públicamente, al borde de una guerra nuclear a gran escala, no en época de guerra, sino en época entre comillas de paz.
¿Qué ocurre? Que de las 12.500 ojivas que tienen los arsenales nucleares mundiales hay aproximadamente unas 2.000 que están en estado de alerta máxima, es decir, están listas para ser detonadas en un lapso de unos 6 a 15 minutos.
Estos sistemas responden a quien da la orden de detonarlos, y dependen de sistemas de alerta máxima, que son vulnerables a ciberataques, a errores técnicos, a errores humanos y han confundido cosas banales como una nube de tormenta, una tormenta solar, una banda de gansos o un globo meteorológico, con una amenaza nuclear.
Las personas que están detrás de estos sistemas tienen que interpretar estas falsas alarmas como verdaderas o como falsas.
Esto quiere decir que en un contexto de guerra, donde hay amenazas nucleares explícitas, y donde se han cruzado ya varias líneas rojas, el riesgo de que se dé un mal cálculo o una mala interpretación es bastante más alto.
Entonces, ¿la guerra nuclear más probable no es una intencional, sino una accidental?
Sí, hay un componente accidental definitivamente bastante fuerte aquí y también tenemos que considerar otra cosa.
Cuando la gente habla de que la guerra nuclear es algo poco probable, porque ningún líder estaría tan loco, tenemos que tener en cuenta que estamos ante personas emocionales y todas las personas piensan de forma distinta cuando están ante una crisis.
De hecho, los simulacros que se han hecho con los tomadores de decisiones en estos entornos al final escalan la guerra, porque es lo que hay que hacer, porque es lo que manda el protocolo, es decir, si me atacan con armas nucleares, tengo que devolver el ataque con armas nucleares, y así sucesivamente.
Es la destrucción mutua asegurada. Es mejor que se destruya todo a que solo me destruyan a mí.
Ese es el pensamiento actual de los líderes y en el contexto de un accidente es muy peligroso.
La aceptación de un orden internacional en el que algunos países cuentan con armas de destrucción masiva mientras que están prohibidas para los demás es vista ya por muchos expertos como insostenible. ¿Cuán inestable es esta situación?
Hay una contradicción aquí, porque en los años 60, después de la Crisis de los Misiles en Cuba, se dieron dos tratados muy importantes: el de Tlatelolco, que se firmó en 1967 y entró en vigor en el 69, en virtud del cual toda Latinoamérica y el Caribe es una zona libre de armas nucleares.
Y el de No Proliferación de Armas Nucleares, que se negoció en el 69 y entró en vigor en 1970, que tiene tres pilares: el desarme nuclear, la no proliferación y el uso pacífico de la energía nuclear como derecho inalienable.
En ese momento, había cinco estados nucleares: Estados Unidos, la Unión Soviética, ahora Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, que se comprometían al desarme nuclear en un plazo de 25 años.
En el segundo punto los denominados no nucleares se comprometían a no adquirir armas nucleares, y el tercero era que todos los países tienen derecho a desarrollar energía nuclear.
Obviamente, el desarme no ocurrió en 1995, y la idea de que las armas nucleares son solo para unos cuantos envía el mensaje al resto de la comunidad internacional de que las armas nucleares son necesarias y dan privilegio, y debilita el régimen de no proliferación.
La no proliferación depende de progresos, de avances verdaderos en el desarme y es algo que los países nucleares, ahora nueve (se han sumado Pakistán, India, Israel y Corea del Norte) no están dispuestos a ceder.
Pero entonces, ¿cómo hacer frente a la oposición al TPAN, que es el primer acuerdo que impulsa una prohibición universal de las armas nucleares para absolutamente todos los países? ¿Cree que conseguirá su objetivo?
Este tratado trae algo nuevo: es una prohibición universal que lo que hace es fortalecer el sistema multilateral y estigmatizar las armas nucleares.
Tenemos que analizar el fenómeno de las armas nucleares, qué es lo que lo causa, qué es lo que hace que los países quieran tenerlas.
Se trata de ver su verdadera cara, porque las armas nucleares no son armas prácticas, están hechas para causar una destrucción masiva y matar a la mayor cantidad de civiles de una forma atroz.
No respetan fronteras y es prácticamente imposible detonar una bomba nuclear sin que alguien más detone otra en contra de uno. Entonces usarlas sería un acto suicida.
Los países que las tienen son conscientes de que no las pueden usar. El poder de las armas nucleares es en virtud de la amenaza de su uso, del poder simbólico que representa el ser un Estado nuclear. Es un símbolo de disuasión.
Este componente de estigmatización es un fenómeno que hemos visto con otras armas de destrucción masiva como las químicas, las biológicas, las minas terrestres y las municiones en racimo.
Hoy en día no hay ningún país que se jacte de ser una potencia química o de tener armas biológicas.
Esto es porque hay una normativa internacional fuerte y hay un clima mundial de condena moral que hace que esto sea un tabú.
¿Cuán lento puede ser ese proceso de estigmatización de las armas nucleares?
Depende de varios factores y es un poco difícil predecir. La prohibición es un cambio de paradigma.
Por un lado, la gente debe ser consciente de las consecuencias de las armas nucleares, y por otro lado, eso debe generar presión, activismo tanto de la calle, como a nivel político y diplomático.
Y eso requiere su tiempo.
Si todas las fichas van bien, digamos que en unos diez años se podría lograr una eliminación de las armas nucleares, aunque claro está que puede ser antes o después.
En este momento en el que estamos al borde del precipicio, lo más importante es alejarnos un poquito de él, e ir hacia atrás hasta lograr eliminarlas por completo.
Hasta que no lo hagamos no vamos a estar libres del virus: o acabamos con las armas nucleares o ellas terminan con nosotros.
Y en este momento de amenazas, ¿dónde queda el Manifiesto Russell-Einstein firmado en 1955, que entre otras cosas decía: “Apelamos, como seres humanos a seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto”? ¿Hemos olvidado nuestra humanidad?
Es complicado, porque no es una cuestión de la cultura humana en general.
Es un sistema en el que se prima la competencia de algunos miembros, una competencia que los hace miopes al progreso real y a las necesidades tanto de de su población como de toda la humanidad.
Si cambiamos de esquema mental, si pensamos en utilizar las herramientas que ahora tenemos de interconectividad para fomentar el diálogo, la cooperación, podemos llegar a ese diálogo de humanos con humanos.
Hay que dejar de pensar en los otros como algo diferente e inferior sobre los que tenemos que imperar, algo que a lo largo de la historia toma diferentes formas.
Por ejemplo, en la cultura popular se utilizan armas nucleares en las películas de Marvel para acabar con los alienígenas, que son feos, malos y quieren destruir a la humanidad, y la única forma es matándolos a todos.
En los años 40, los alienígenas eran los japoneses. Era una forma de justificar ese homicidio masivo que se hizo en Hiroshima y Nagasaki.
El sufrimiento de ellos no importaba porque todos eran copartícipes de las decisiones de su cúpula militar. Todos merecían que les cayera la bomba atómica porque también eran otros, eran malos, eran distintos.
Es el discurso de otredad que también se maneja en los regímenes totalitarios que justifican la guerra y que hacen que se estigmatice una población entera y que se justifique el ataque militar.
Hablando de Japón, la película sobre "Oppenheimer" ha rescatado la historia de este tipo de armamento. ¿Cómo ve su evolución desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora? ¿Cree que la humanidad no ha aprendido de sus errores?
Es muy interesante, porque hay que conocer la historia, pero la historia verdadera. Ha habido mucha tergiversación.
Cuando se dieron los ataques de Hirosima y Nagasaki se escondieron las consecuencias humanitarias de forma activa, por parte no solo del gobierno estadounidense, sino también del japonés.
A los hibakusha, que son los sobrevivientes de los ataques nucleares, se les censuraban las cartas, las fotografías, incluso el arte o hasta los poemas.
No querían que el mundo supiera lo que estaban sufriendo a causa de la radiación. Querían que se celebraran las armas nucleares sin ver el drama humano que causaban.
La crisis en la que ahora estamos es precisamente por la retórica que se ha manejado en torno a las armas nucleares, y a cómo mucha gente las ve como un mal necesario. Cómo se han entronizado dentro de las doctrinas de seguridad y es precisamente por ese mal manejo de la información.
Por eso, lo primero que tenemos que hacer es informar bien de cuáles son los riesgos.
Yo sí creo en la bondad inherente del ser humano, que es algo que se desaprende, según nuestro contexto cultural, y es algo que necesitamos fomentar.
Y dejar de someternos sin cuestionar a una violencia sistémica estructural patriarcal, a un sistema en el que se gobierna por imposición, donde el más fuerte es el que manda.
El error ha sido no buscar la cooperación, no buscar el entendimiento, creer que siempre tiene que haber alguien inferior a nosotros del que poder abusar o explotar.
Es algo que estamos haciendo tanto con los otros seres humanos como con otras especies o la misma naturaleza.
Debemos dejar de ignorar nuestra humanidad, nuestro impulso, y resaltar a parte de convivencia, la parte de la paz.
Fuente BBC MUNDO