Las manifestaciones protorreligiosas aparecen también en seres vivos no humanos
Las manifestaciones protorreligiosas que dieron origen a la espiritualidad humana aparecen también en seres vivos no humanos, por lo que la evolución natural no ha reservado a una única especie una herramienta tan útil para la supervivencia y adaptación. Por Federico Gómez Costa (*).
El orgullo de especie es un sentimiento muy tramposo. Esto de etiquetar al ser humano como la única especie capaz de vivir experiencias espirituales y religiosas tiene ya muchos años, incluso nos hemos autodenominado Homo religious como queriendo distinguirnos del resto del reino animal precisamente por esta característica. Y sin embargo, se ha constatado que algunos seres vivos no humanos muestran señales de una cierta vida espiritual o religiosa.
Sería ingenuo intentar identificar una doctrina dogmática en un delfín: evidentemente, los signos de trascendencia se adecúan al alcance y los límites del ser en los que se manifiestan y, por tanto, no son iguales en humanos que en no humanos.
Aun así, cabe recordar que la religiosidad humana no siempre ha tenido la forma actual, es más, la mayor parte de la vida de la humanidad ha sido radicalmente distinta y las fronteras entre magia, ciencia, superstición, técnica, fe y arte nunca fueron tan claras como lo son ahora.
Algunos hitos han revolucionado el estilo religioso, como la generalización de la agricultura -que generó una riqueza y estabilidad social capaz de dedicar personas al culto religioso exclusivamente- o la escritura -que dio lugar a la plasmación de las palabras para su veneración y exportación-.
Pues bien, en los seres vivos no humanos, estos eventos u otros relevantes de la historia humana están ausentes; sin embargo, eso no quita que tengan experiencias análogas a las de nuestros antepasados y en esencia equivalentes a las nuestras.
Para establecer la distinción entre las formas de religiosidad a las que estamos acostumbrados y otras mucho más primitivas, se puede utilizar el término protorreligiosidad. Con él se denotan religiosidades prototípicas o versiones beta que carecen de una estructura compleja y de nitidez o pureza espiritual. Así, uno puede descansar más tranquilo y satisfecho al ver que no se le compara con una musaraña.
Elementos protorregligiosos
Identificar los elementos protorreligiosos genera gran dificultad porque son fácilmente confundibles con prácticas que nada tienen que ver con lo religioso y porque no podemos contrastar las motivaciones de los no humanos mediante entrevistas.
Sin ningún afán de rigor filosófico-teológico, se va a proponer que se entienda como protorreligiosa cualquier manifestación de espiritualidad, es decir de la conjunción de dos experiencias o conciencia: la experiencia o conciencia de finitud (identidad de sí, muerte, limitación, deseo…) y la experiencia o conciencia de infinitud (identificación con la familia o sociedad, con el universo, con la vida a pesar de la muerte…).
Con esta abstracción podemos enfocar los comportamientos observados y registrados en seres vivos no humanos para catalogarlos como protorreligiosos como son: las pinturas rupestres de carácter simbólico, el comportamiento ético prosocial, el lamento por la finitud de la vida, la realización de rituales funerarios y el consumo voluntario de sustancias que alteran la conciencia.
Manifestaciones protorreligiosas
A continuación se justifica la aparición de estos elementos:
Los Homo neandertalensis realizaron pinturas rupestres de carácter simbólico (1) que hasta el año pasado se habían atribuido a Homo sapiens, ya sabe usted: el orgullo de especie, lo mejor es barrer para casa. El simbolismo denota una conciencia de la realidad material y su trascendencia por medio de la imaginación y la estética.
Comportamiento ético prosocial en gran variedad de mamíferos: elefantes, lobos, primates, delfines… Ellos muestran capacidad de colaboración para el disfrute de ellos mismos o de otros, así como consciencia de justicia y deseo de ésta: ciertos experimentos han llegado a demostrar que algunos primates están dispuestos a hacer sacrificios personales (rechazar premios) hasta que se trate con justicia a sus iguales (2). La disposición al sacrificio personal por valores éticos denota la identificación de sí con el otro, un rudimento para (o indicador de) la identificación con el Otro.
Consciencia de finitud de la vida en animales superiores como elefantes, monos de distintas especies, delfines, orcas, ballenas y cuervos; ya que pasan un duelo por la muerte de miembros de la comunidad (3) como si parte de sí también pereciera.
Algunas pruebas apuntan a rituales funerarios en Homo neandertalensi (4,5), pero también en no humanos. Se ha observado a chimpancés limpiando la boca y el cuerpo del cadáver permaneciendo sin alimentarse largas horas (6). También se ha observado rituales funerarios de elefantes consistentes en una reunión de la comunidad en torno al cadáver en la que se emite gritos de duelo cerca del cuerpo y unas horas después se alejan todos excepto los familiares más cercanos quienes permanecen 24 horas más; posteriormente, durante las migraciones anuales desvían sus caminos para pasar por el lugar en el que yacen los restos del cadáver y los familiares vuelven a llorar la muerte (7).
Se ha observado pequeños mamíferos, primates, perros, gatos y aves consumiendo conscientemente sustancias embriagadoras, enteógenas o psicoactivas (8) comportamiento con el que el consumidor tiene voluntad de alterar su percepción de la realidad, su consciencia, y por ende experimentar la finitud abriéndose a la infinitud que los enteógenos le muestran.
Estrategias análogas
Todo esto puede sonar extravagante, pero ¿por qué iba la evolución natural a reservar a una única especie en exclusiva una herramienta tan útil para la supervivencia y adaptación? De la misma manera que las especies que evolucionan aisladas en ambientes similares desarrollan órganos análogos, es razonable que similares estructuras encefálicas den lugar a estrategias análogas de comprensión de la realidad.
En una clave teológica, ¿por qué iba un Dios omnipotente a limitar su oferta de salvación a una especie concreta? No pretendo establecer bases para una teología animalista, no obstante, dar crédito a estos hechos puede ser útil y conforme a la verdad.
Si un ser vivo puede sentirse en cierto modo cerca de Dios, ¿acaso el valor de su vida y de la Creación entera no cobran una nueva dimensión?, ¿acaso no habría que repensar muchos de los mensajes religiosos para purificarlos mediante la razón?
(*) Federico Gómez es titulado en Ingeniería superior de Montes y Bachillerato en Ciencias Religiosas. Es profesor, tanto en secundaria y bachillerato, de ciencias y religión en el colegio San Antonio Abad de Valencia, así como en el Bachillerato de Ciencias Religiosa que ofrece el ISCR Don Bosco de Barcelona, donde imparte "Islam para la integración pastoral de musulmanes" e "Identidad religiosa y diálogo interreligioso".
Las manifestaciones protorreligiosas que dieron origen a la espiritualidad humana aparecen también en seres vivos no humanos, por lo que la evolución natural no ha reservado a una única especie una herramienta tan útil para la supervivencia y adaptación. Por Federico Gómez Costa (*).
El orgullo de especie es un sentimiento muy tramposo. Esto de etiquetar al ser humano como la única especie capaz de vivir experiencias espirituales y religiosas tiene ya muchos años, incluso nos hemos autodenominado Homo religious como queriendo distinguirnos del resto del reino animal precisamente por esta característica. Y sin embargo, se ha constatado que algunos seres vivos no humanos muestran señales de una cierta vida espiritual o religiosa.
Sería ingenuo intentar identificar una doctrina dogmática en un delfín: evidentemente, los signos de trascendencia se adecúan al alcance y los límites del ser en los que se manifiestan y, por tanto, no son iguales en humanos que en no humanos.
Aun así, cabe recordar que la religiosidad humana no siempre ha tenido la forma actual, es más, la mayor parte de la vida de la humanidad ha sido radicalmente distinta y las fronteras entre magia, ciencia, superstición, técnica, fe y arte nunca fueron tan claras como lo son ahora.
Algunos hitos han revolucionado el estilo religioso, como la generalización de la agricultura -que generó una riqueza y estabilidad social capaz de dedicar personas al culto religioso exclusivamente- o la escritura -que dio lugar a la plasmación de las palabras para su veneración y exportación-.
Pues bien, en los seres vivos no humanos, estos eventos u otros relevantes de la historia humana están ausentes; sin embargo, eso no quita que tengan experiencias análogas a las de nuestros antepasados y en esencia equivalentes a las nuestras.
Para establecer la distinción entre las formas de religiosidad a las que estamos acostumbrados y otras mucho más primitivas, se puede utilizar el término protorreligiosidad. Con él se denotan religiosidades prototípicas o versiones beta que carecen de una estructura compleja y de nitidez o pureza espiritual. Así, uno puede descansar más tranquilo y satisfecho al ver que no se le compara con una musaraña.
Elementos protorregligiosos
Identificar los elementos protorreligiosos genera gran dificultad porque son fácilmente confundibles con prácticas que nada tienen que ver con lo religioso y porque no podemos contrastar las motivaciones de los no humanos mediante entrevistas.
Sin ningún afán de rigor filosófico-teológico, se va a proponer que se entienda como protorreligiosa cualquier manifestación de espiritualidad, es decir de la conjunción de dos experiencias o conciencia: la experiencia o conciencia de finitud (identidad de sí, muerte, limitación, deseo…) y la experiencia o conciencia de infinitud (identificación con la familia o sociedad, con el universo, con la vida a pesar de la muerte…).
Con esta abstracción podemos enfocar los comportamientos observados y registrados en seres vivos no humanos para catalogarlos como protorreligiosos como son: las pinturas rupestres de carácter simbólico, el comportamiento ético prosocial, el lamento por la finitud de la vida, la realización de rituales funerarios y el consumo voluntario de sustancias que alteran la conciencia.
Manifestaciones protorreligiosas
A continuación se justifica la aparición de estos elementos:
Los Homo neandertalensis realizaron pinturas rupestres de carácter simbólico (1) que hasta el año pasado se habían atribuido a Homo sapiens, ya sabe usted: el orgullo de especie, lo mejor es barrer para casa. El simbolismo denota una conciencia de la realidad material y su trascendencia por medio de la imaginación y la estética.
Comportamiento ético prosocial en gran variedad de mamíferos: elefantes, lobos, primates, delfines… Ellos muestran capacidad de colaboración para el disfrute de ellos mismos o de otros, así como consciencia de justicia y deseo de ésta: ciertos experimentos han llegado a demostrar que algunos primates están dispuestos a hacer sacrificios personales (rechazar premios) hasta que se trate con justicia a sus iguales (2). La disposición al sacrificio personal por valores éticos denota la identificación de sí con el otro, un rudimento para (o indicador de) la identificación con el Otro.
Consciencia de finitud de la vida en animales superiores como elefantes, monos de distintas especies, delfines, orcas, ballenas y cuervos; ya que pasan un duelo por la muerte de miembros de la comunidad (3) como si parte de sí también pereciera.
Algunas pruebas apuntan a rituales funerarios en Homo neandertalensi (4,5), pero también en no humanos. Se ha observado a chimpancés limpiando la boca y el cuerpo del cadáver permaneciendo sin alimentarse largas horas (6). También se ha observado rituales funerarios de elefantes consistentes en una reunión de la comunidad en torno al cadáver en la que se emite gritos de duelo cerca del cuerpo y unas horas después se alejan todos excepto los familiares más cercanos quienes permanecen 24 horas más; posteriormente, durante las migraciones anuales desvían sus caminos para pasar por el lugar en el que yacen los restos del cadáver y los familiares vuelven a llorar la muerte (7).
Se ha observado pequeños mamíferos, primates, perros, gatos y aves consumiendo conscientemente sustancias embriagadoras, enteógenas o psicoactivas (8) comportamiento con el que el consumidor tiene voluntad de alterar su percepción de la realidad, su consciencia, y por ende experimentar la finitud abriéndose a la infinitud que los enteógenos le muestran.
Estrategias análogas
Todo esto puede sonar extravagante, pero ¿por qué iba la evolución natural a reservar a una única especie en exclusiva una herramienta tan útil para la supervivencia y adaptación? De la misma manera que las especies que evolucionan aisladas en ambientes similares desarrollan órganos análogos, es razonable que similares estructuras encefálicas den lugar a estrategias análogas de comprensión de la realidad.
En una clave teológica, ¿por qué iba un Dios omnipotente a limitar su oferta de salvación a una especie concreta? No pretendo establecer bases para una teología animalista, no obstante, dar crédito a estos hechos puede ser útil y conforme a la verdad.
Si un ser vivo puede sentirse en cierto modo cerca de Dios, ¿acaso el valor de su vida y de la Creación entera no cobran una nueva dimensión?, ¿acaso no habría que repensar muchos de los mensajes religiosos para purificarlos mediante la razón?
(*) Federico Gómez es titulado en Ingeniería superior de Montes y Bachillerato en Ciencias Religiosas. Es profesor, tanto en secundaria y bachillerato, de ciencias y religión en el colegio San Antonio Abad de Valencia, así como en el Bachillerato de Ciencias Religiosa que ofrece el ISCR Don Bosco de Barcelona, donde imparte "Islam para la integración pastoral de musulmanes" e "Identidad religiosa y diálogo interreligioso".
Fuente TENDENCIAS 21